Por: Juan Hernández Machado, miembro de la Unión de Historiadores de Cuba
Buena pregunta esa y la respuesta dependerá, como es lógico, del cristal con el cual se mire, como se dice en mi pueblo.
Esta organización, la OEA por sus siglas, tiene su historia, como todas las cosas. Pero al igual que muchas otras cosas, está la historia real y la otra, la que se fabrica con oropel, y se divulga con bombo y platillo, para desvirtuar la realidad, cuando las cosas no son como deben ser.
Le invito, pues, a que me acompañe a revisar algunos datos sobre esta organización, los cuales nos ayudaran a responder la pregunta inicial.
Todo comenzó en diciembre de 1823 cuando el presidente James Monroe presentó ante el Congreso estadounidense su discurso de la Unión y en él expresó su nueva doctrina hacia nuestro continente, que quedó refrendada con la frase “América para los Americanos”, lo que se sintetizaría como Doctrina Monroe, para enfrentar cualquier intento europeo por incursionar en nuestras tierras.
Al margen de cualquier explicación benévola que se quiera dar a ese pronunciamiento, el mismo implicaba que el único poder que podía hacer y deshacer en nuestro continente eran los Estados Unidos de América. Además, si los americanos son ellos solamente, ¿qué somos entonces los cientos de millones de personas que habitamos en este mismo continente?
Ya comenzamos a ver un sesgo de las intenciones de quienes siempre se han considerado los “dueños” del área.
Fieles a “sus” principios, los dirigentes estadounidenses incursionaron en México a partir de 1840 y gracias a sus regimientos de caballería le cercenaron territorios a ese país que hoy conforman seis estados norteamericanos y partes de tres más- aproximadamente un 55% del territorio mexicano de entonces.
Y aunque esas incursiones armadas y por la fuerza les dieron muchos beneficios, siempre hubo quien pensara que era necesario aglutinar a los países de América de otra forma, aunque el gobierno de los Estados Unidos fuera quien continuara llevando la batuta de director de orquesta.
Es así como convocan a la Primera Conferencia Internacional Americana, que se celebrara en el Distrito de Columbia, Washington, Estados Unidos, entre el dos de octubre de 1889 y el 19 de abril de 1890.
Los objetivos fundamentales que se querían lograr eran incrementar el comercio entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos, crear una unión aduanera, establecer comunicaciones más eficientes, lograr una moneda común basada en el patrón plata, uniformar el sistema de pesos y medidas, unificar criterios sobre la propiedad intelectual e instaurar un sistema de arbitraje internacional a fin de resolver los conflictos que surgieran entre países americanos.
La conferencia estableció la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, la que en 1910 se convertiría en Unión Panamericana, y con el tiempo sería la precursora de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Nuestro Héroe Nacional, José Martí Pérez, era en aquel entonces Cónsul de la República de Uruguay en Estados Unidos y como tal participó en las ocho sesiones de debate de dicha conferencia, exponiendo en varios trabajos periodísticos posteriormente la verdadera esencia de la misma.
Entre el 28 de septiembre de 1889 y el 31 de agosto de 1890, Martí escribió once trabajos, diez que fueron publicados por el diario argentino La Nación, uno de los más importantes en América Latina en aquel momento, y el otro para el periódico mexicano El Partido Liberal.
En todos esos trabajos, Martí trató de advertir a la opinión pública del continente sobre los peligros que implicaban aliarse a Estados Unidos y llamaba a no ceder, a fin de que se preservara la independencia y soberanía de Nuestra América.
En esos trabajos destaca la unidad que habían logrado los pueblos latinoamericanos, la que impidió que se les impusiera el arbitraje continental y obligatorio que pretendían los Estados Unidos. También resaltó el buen andar de los representantes de los países centroamericanos que se vieron más unidos al terminar la conferencia que como llegaron al inicio de la misma.
Y como concluyera en su trabajo Nuestra América, que se publicara el 30 de enero de 1891 en el Partido Liberal de México, el llamado fue fuerte: “…!los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
Pero no piense, amigo lector, que con el acercamiento a las naciones latinoamericanas logrado en dicha conferencia, los sucesivos gobiernos estadounidenses renunciarían a su política de garrote e intervenciones para imponer sus criterios siempre que lo consideraran prudente. Ejemplos sobran.
En Cuba, los militares estadounidenses intervinieron, en 1898, en la guerra que librábamos contra España, nos privaron de la independencia, facilitaron que el primer presidente republicano respondiera a sus intereses, le impusieron una enmienda a nuestra Constitución que les permitía intervenir siempre que lo consideraran necesario y lograron un acuerdo casi a perpetuidad para establecer instalaciones militares en nuestro territorio. En 1906 volverían a intervenir.
En Panamá, en 1903, lograron desplazar los intereses franceses que construían el Canal en ese país y consiguieron los derechos del mismo durante cien años. Cinco años después vuelven a intervenir militarmente, lo que repiten en 1918 bajo el supuesto de garantizar la seguridad del país. En 1941 apoyan el golpe de estado que se produjo en ese país y cinco años más tarde establecen la nefasta Escuela de las Américas, donde se formarían los “gorilas” que encabezarían las dictaduras militares de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela muchos años después.
Nicaragua no escapó de la geofagia imperialista yanqui. Ocuparon ese país en 1912 para evitar que derrocaran a su aliado y se quedaron hasta 1933. En 1926 crearon la Guardia Nacional, que fue la que garantizó la permanencia de los diferentes gobiernos dictatoriales y corruptos hasta la revolución sandinista de los años 70.
Haití, la República Dominicana, México y Honduras también fueron objeto de diversas ocupaciones militares por los “distinguidos vecinos del norte”.
Así las cosas, en ese largo período de más de cincuenta años se producen las dos guerras mundiales. Al final de la segunda, era necesario para los Estados Unidos crear los mecanismos regionales que pudieran arrastrar a los países del área tras sus posiciones sin necesidad del abierto intervencionismo militar.
La cínica alianza que mantuvieran con la antigua Unión Soviética en los años finales de la lucha contra el fascismo alemán, se rompe abiertamente al declarar poco después de finalizada la segunda gran guerra que el comunismo ruso era un enemigo al que tenían que combatir por todos los medios, dando inicio a la llamada Guerra Fría.
En agosto de 1947 logran exitosamente formar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) para enfrentar cualquier peligro a la paz en nuestro continente. De esa forma se impuso la voluntad estadounidense y el nuevo instrumento, lejos de defender la paz, se convirtió en una permanente amenaza a la soberanía de todos los países de Nuestra América.
Y llegó la OEA, que no encontró una mejor ocasión para nacer.
Entre el 30 de marzo y el dos de mayo de 1948, mientras asesinaban al líder liberal colombiano Jorge Eliecer Gaitán y el levantamiento popular que le siguió fuera conocido como el Bogotazo, se celebra en ese país la Conferencia Internacional Americana, la que decide crear la OEA. Era un momento en que los países latinoamericanos aspiraban a que su poderoso vecino del norte hiciera algo real en su beneficio, después de haber sido testigos del benévolo Plan Marshall que se aprobara para la reconstrucción y ayuda a Europa.
Los 112 artículos de su Carta, aunque reconocen algunos de los principales principios del derecho internacional, a instancias de los Estados Unidos incluyó elementos principales del TIAR, para tener una buena base jurídica a fin de continuar el control absoluto del continente.
Y, como dirían los viejos de mi pueblo, así empezó Cristo a padecer.
La primera “gran actuación de la OEA” la podemos encontrar en Guatemala a inicios de la década de los años 50, durante la administración de Dwight D. Eisenhower.
El democráticamente electo presidente Jacobo Arbenz, con sus medidas de corte nacionalista, amenazaba seriamente a la United Fruit Company (compañía estadounidense en que “por casualidad” los hermanos Dulles- Allan, el director de la CIA, y John Foster, el secretario de estado, – tenían grandes intereses). Esa organización de inteligencia organizó una operación especial mediante la cual derrocó al gobierno constitucional de Arbenz e intervino el país con tropas mercenarias.
¿Y la OEA qué?
Inicialmente aprobó una resolución que establecía una intervención colectiva regional, la cual violaba su propia Carta y la de las Naciones Unidas, pero como el gobierno estadounidense fue más rápido en el terreno, se hizo de la vista gorda para dilatar el examen del caso como, ignorando los intereses del país que era objeto de la agresión, y dejó que Washington cumpliera sus objetivos.
La revolución cubana despertó la admiración de muchos países latinoamericanos y, al mismo tiempo, el recelo y la preocupación de la Casa Blanca, quien de inmediato aprobó planes para la desestabilización interna y poner fin al “régimen de Castro” como comenzaron a llamarlo.
Desde el 17 de marzo de 1960 el secretario de estado estadounidense le comunicaba a Eisenhower la necesidad de sumar a la OEA a las acciones contra Castro y se llevaron a cabo disímiles planes, reuniones, consultas, presiones para ir, poco a poco, enemistando a los países del área contra la revolución cubana bajo el supuesto de que estaba siendo tomada por los comunistas y había que detener la penetración comunista en el continente.
Estados Unidos le suspende la cuota azucarera a Cuba y la distribuye entre países del área, mientras aprobaba un fondo de 500 millones de dólares para el desarrollo de esos países donde, como es lógico, se exceptuaba a Cuba.
La Séptima Conferencia de Cancilleres celebrada en Costa Rica en agosto de 1960 aprueba la “Declaración de San José”, que expresaba una condena a la intervención de una potencia extra continental en los asuntos hemisféricos. Ese triunfo parcial sentó las bases para la posterior utilización de la OEA contra Cuba.
Nuestro Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, que dirigiera la delegación cubana a ese cónclave, al retirarse del mismo pronunció una declaración que quedó para todos los tiempos: “Los gobiernos latinoamericanos han dejado a Cuba sola. Me voy con mi pueblo, y con mi pueblo se van también los pueblos de América”.
Como respuesta, más de un millón de cubanos se reúnen en la Plaza de la Revolución en la ciudad capital y aprueban la “Primera Declaración de La Habana”, que rechazaba todas las acciones de Estados Unidos contra Cuba y el servilismo de los miembros de la OEA ante los dictados de Washington.
Mientras, la administración Eisenhower cede el lugar a la de John F. Kennedy. Continuaron los planes para la eliminación física de Fidel Castro, comenzaron las transmisiones de Radio Swan contra Cuba, explotó en la bahía habanera el vapor La Coubre que transportaba armas para la revolución cubana y se aprobaría el plan de derrocamiento de dicha revolución que incluía sabotajes de diferentes tipos y culminaría con la fallida invasión por Bahía de Cochinos en abril de 1961, la que fue derrotada en menos de 72 horas.
En diciembre de ese año y reunidos en Punta del Este, Uruguay, entre el 22 y el 31 de enero de 1962, la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA aprueba nueve resoluciones, de ellas cuatro contra Cuba. La IV se titulaba “Exclusión del actual Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano”, aprobada por 14 votos, un voto en contra- Cuba- y seis abstenciones- Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México.
El entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, diría: “Podremos no estar en la OEA, pero Cuba socialista estará en América; podremos no estar en la OEA, pero el gobierno imperialista de los Estados Unidos seguirá contando a 90 millas de sus costas con una Cuba revolucionaria y socialista”.
Fue aprobada la “Operación Mangosta”, que incluyó más de cinco mil acciones terroristas contra Cuba. Ya se había establecido el bloqueo económico para tratar de ahogarnos; surgió la llamada Crisis de los Cohetes en 1962 y al término de la misma teóricamente se terminó con la Operación Mangosta porque en la práctica continuaron las acciones para destruir a la revolución cubana. En ese período, fue asesinado el presidente Kennedy, dando paso a la administración Johnson.
En 1964, durante la IX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, que tuvo lugar en Washington se dispone que los estados americanos rompieran las relaciones diplomáticas y consulares con Cuba, acción que se cumple con la honorable excepción de México.
Debido a todas esas acciones y no sin razón, a la OEA se le comienza a llamar “Ministerio de Colonias” de Estados Unidos.
Durante el gobierno de Lyndon Johnson, Estados Unidos propició y colaboró con los golpes de estado en Bolivia, Brasil y Argentina, y en el primer país se ordena por la CIA la muerte de Ernesto Che Guevara, capturado herido con su fusil inutilizado de un disparo.
Richard Nixon lo reemplazó en la Oficina Oval y durante su mandato se ejecutó la Operación Cóndor en América del Sur, la que sembró de dictaduras esa parte de Nuestra América.
Y tal vez creyendo firmemente ese postulado de Goebels de que la mentira repetida muchas veces se convierte en verdad, los Estados Unidos de América no cesaban de repetir que uno de los postulados básicos de la OEA era el principio de no intervención en los asuntos internos de otros estados.
Sin embargo, hubo otros ejemplos que nada tuvieron que ver con Cuba, para que no nos acusen de hostigamiento, que demostraron la falsedad estadounidense.
Cuando en 1965 el movimiento popular constitucionalista dominicano ganaba fuerzas y hacía peligrar a la reacción militarista, los Estados Unidos movieron sus hilos en la OEA. Su Secretario General, el uruguayo José A. Mora viajó al país a “tratar de concertar una tregua entre las partes beligerantes”, mientras el órgano de consulta de la organización dilataba sus decisiones. Ese fue el momento aprovechado por los Estados Unidos para aprestar sus Marines y lograr que por estrecho margen se aprobara en la OEA crear una Fuerza Interamericana de Paz. Ambos contingentes invadieron República Dominicana y el resultado es harto conocido por todos, miles de muertos.
¿Dónde dejaron, entonces, el principio de no intervención tan cacareado antes?
Por si fuera poco, en abril de 1982 Argentina trata de recuperar sus Islas Malvinas, ocupadas por el Imperio británico desde 1833. Según el TIAR, al una potencia extra continental entrar en guerra con un miembro del sistema interamericano, los países de la región estaban obligados a apoyar a éste.
¿Qué sucedió?
Que el gobierno estadounidense apoyó política y militarmente a Gran Bretaña e impuso sanciones económicas a Argentina.
La OEA se demoró en deliberar y cuando lo hizo, su resolución fue llamando al cese del conflicto pero con una debilidad muy similar a las diferentes resoluciones de la ONU sobre diversos temas importantes, también influenciadas por los Estados Unidos y sus aliados, cuyo contenido se resume, según el gracejo popular, en “no soy de derecha ni de izquierda, sino todo lo contrario”. Clarito el mensaje, ¿verdad?
Fue un mes después cuando se condenó el ataque británico y se llamó a Estados Unidos a levantar las sanciones, pero según la situación real en el terreno, ya eso no tuvo efecto alguno, solo fue una medida de propaganda.
¿Y qué sucedió en Granada?
Una facción del movimiento revolucionario de ese país, que fuera exitosamente dividido por Estados Unidos, le dio un golpe de estado al primer ministro Maurice Bishop, a quien asesinaron posteriormente. El gobierno estadounidense, con la manida excusa de la penetración soviética en el área, envió de nuevo a sus Marines, esta vez a esa pequeña isla, y logró que la OEA aprobara la acción como una “medida preventiva”, olvidando de nuevo el principio de no intervención y toda la retórica democrática que utilizaban y utilizan cuando quieren tapar con un solo dedo la brillantez del sol.
En 1989 vuelven los militares estadounidenses, amparados en la oscuridad de la noche, a invadir a un país latinoamericano- Panamá. En esta ocasión para castigar a su antiguo aliado Manuel Antonio Noriega por su vinculación a las drogas. Algo era seguro, sin embargo… que los más de tres mil panameños asesinados y los otros miles que sufrieron cuantiosos daños materiales por la invasión yanqui nada tenían que ver con la actitud de Noriega.
Esto para no hablar de Centroamérica con el triunfo de la revolución sandinista a fines de la década del 70 y todas las operaciones dirigidas, financiadas, armadas y parcialmente conducidas por los Estados Unidos para destruirla, en medio de las que se dio el Escándalo Irán- Contras por el que pagó el teniente coronel Oliver North, mientras que el presidente Ronald Reagan continuaba tan sonriente como siempre porque “desconocía lo que estaba sucediendo”.
En todos estos casos y en otros que no incluimos para no cansarlo, la OEA, al inicio o al final, siempre respaldó la posición de los Estados Unidos.
Así llegamos a un momento excelente para Washington: 1991.Como parte del proceso que se venía produciendo, se desintegra la Unión Soviética, se acaba el campo socialista y el peligro del comunismo desaparece, llegando a ponerse fin a la llamada Guerra Fría que durante más de 45 años fue sabiamente utilizada por “nuestro respetable vecino del norte” para mantenernos confundidos y dominados.
Ante ese soberbio cambio en la geopolítica a nivel mundial, Estados Unidos le dio nuevos maquillajes a la organización, la vistió con ropas nuevas para que promoviera los conceptos de democracia representativa burguesa y neoliberalismo, pero siguió siendo el mismo útil mecanismo de Washington para imponer su voluntad en Nuestra América.
Solo veamos algunos de los comportamientos más significativos de la OEA en lo que va de siglo XXI.
Para esa fecha ya había surgido Hugo Chávez Frías, el mejor amigo de Cuba, electo por el pueblo venezolano para producir las transformaciones que el país necesitaba y, como es lógico, si quería hacerlo tenía que enfrentarse a los Estados Unidos de América, responsable en gran medida de todas las penurias de los pueblos latinoamericanos y caribeños.
En el año 2002 las fuerzas oligarcas de ese país, con el apoyo estadounidense, intentaron dar un golpe de estado a Chávez, el que fracasó debido al apoyo popular y de militares honestos.
Haití, uno de los países con mayor inestabilidad en nuestra área, volvió a tener grandes problemas internos en el año 2003 que provocaron el derrocamiento, tras un golpe militar, del presidente Jean Bertrand Aristide con solo ocho meses en el cargo. Como era de esperar, las fuerzas estadounidenses tuvieron una parte importante en el caso.
Vuelve el gobierno estadounidense a estar implicado en el intento de golpe militar contra un gobierno democráticamente electo en el área, esta vez el del compañero Evo Morales en Bolivia en el 2008. Afortunadamente, la intentona fracasó.
Al año siguiente, sí triunfa la democión de Manuel Zelaya como presidente de Honduras y se impuso a Porfirio Lobo, reconocido de inmediato por los Estados Unidos, que apoyaron el golpe desde el primer momento.
Es importante destacar que, debido a la presión de diferentes países miembros, encabezados por Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, se logra en junio del 2009 derogar la resolución de 1962 que establecía la suspensión de Cuba de la organización y se establece una ruta para la reincorporación cubana, algo que no ha sido de nuestro interés hasta el momento.
En cuanto a golpes e intentos se refiere, le siguió el turno, en el 2010, al presidente Rafael Correa en Ecuador, quien logra evitar el golpe de estado en su contra que se había organizado con el auspicio, como es lógico, de los Estados Unidos.
Y con la nueva modalidad de golpe parlamentario, en el año 2012 el presidente Fernando Lugo fue depuesto en Paraguay y también con el apoyo del gobierno de Washington.
Cuatro años después se ejecutó el segundo golpe utilizando esta modalidad, en esa ocasión contra la presidenta Dilma Rousseff de Brasil.
A la muerte de Hugo Chávez, en abril del 2013, Nicolás Maduro Moros fue electo presidente de la República Bolivariana de Venezuela, y las medidas que se aplicaron para sacar a Chávez del poder, fueron multiplicadas en cantidad y variedad, pasando, desde la guerra y el sabotaje económico, el robo de sus finanzas, sanciones unilaterales de todo tipo, acciones violentas llevadas a cabo por las llamadas “guarimbas”, que provocaron cientos de muertos y de heridos, hasta intentos de magnicidio y el reconocimiento de un falso gobierno, diseñado, preparado y lanzado al mundo por los Estados Unidos de América.
Si en otros casos hubo una pálida actividad en la OEA y hasta llegaron a condenar a algún que otro gobierno golpista- suspendieron a Honduras debido al golpe de estado contra Zelaya, mientras los militares y las agencias de inteligencia estadounidense colaboraban con ellos para mantener el golpe, pero de esta segunda parte, aunque era conocido por todos, no se dijo ni una sola palabra- en el caso de Venezuela la actuación de la OEA contra el gobierno bolivariano y a favor de las medidas y acciones estadounidenses fue clara y sin cortapisas, especialmente después de la elección del Sr. Luís Almagro como su secretario general, en el año 2015.
Al continuar las agresiones, Venezuela comenzó acciones en el 2017 para retirarse de la organización por el carácter injerencista de la misma. Al año siguiente y mientras se encontraba en el proceso establecido para hacer valedero el retiro, la OEA desconoce las elecciones presidenciales venezolanas por 18 votos a favor, 4 en contra y 12 abstenciones.
Comenzó así un bochornoso episodio con respecto a Venezuela, porque la OEA reconoció al espurio “gobierno” de Juan Guaidó, organizado y facilitado por los Estados Unidos de América para robarle legitimidad al gobierno bolivariano y no solo eso, sino decenas de millones de dólares pertenecientes al pueblo venezolano que se apropiaron y dilapidaron esos “defensores de la libertad americana”.
El caso de Nicaragua corrió una suerte similar. Tras la descarada injerencia de la OEA y, en especial, de su secretario general Almagro en los asuntos internos de ese hermano país y el desconocimiento del resultado de sus elecciones, el gobierno del compañero Daniel Ortega decidió abandonar la organización en abril de 2022.
Bastante conocida es la interferencia de la OEA en las elecciones de Bolivia del 2019 cuando el hermano Evo Morales Ayma fuera reelecto y como la OEA declaró que las elecciones fueron fraudulentas, apoyó el golpe de estado que le dieran y que lo obligó a abandonar el país, sumiendo a Bolivia en tinieblas y sufrimiento hasta la siguiente elección reclamada por el pueblo.
Y como los pueblos no se equivocan, los bolivianos decidieron que volvieran a dirigirlos los mismos que desde la primera elección de Morales Ayma habían cumplido con ellos, haciéndolos verdaderamente libres y propiciando un desarrollo que no habían tenido antes. Por eso se conocería mejor posteriormente la fraudulenta actuación de la OEA en el 2019.
La última “acción humanitaria” de esta “prestigiosa” organización es la de Perú en diciembre del 2022. El presidente Pedro Castillo, creyendo en los principios de la democracia representativa que validan a esta organización como correcta, a pesar de su pasado negro y trágico para nuestros pueblos, solicitó comprobación de las últimas medidas que adoptaba en su país.
¿Resultado? Castillo fue depuesto por un golpe, enviado a prisión y la OEA apoyó todo el proceso. Ya el hermano pueblo peruano lleva más de tres meses de resistencia popular masiva que le ha costado decenas de muertos, muchos sufrimientos y no se vislumbra el fin del gobierno impuesto por la fuerza contra la voluntad popular.
Los datos aquí expuestos no fueron sacados, como es lógico, del sitio web de la OEA ni de los documentos de publicidad y propaganda de esa organización, porque entonces sería la otra historia de la que hablábamos al inicio.
Pero tampoco salieron de documentos cubanos, venezolanos, nicaragüenses o bolivianos, sino de la cobertura hecha por los principales medios de difusión estadounidenses sobre estos acontecimientos en nuestra América.
Porque por mucho que traten de ocultarla, la verdad siempre se conoce, más tarde más temprano.
Además, si tenemos tiempo para el ver el desarrollo de una organización continental como la OEA, la hoy Unidad Africana, que fuera formada como Organización de la Unidad Africana, que tiene una historia de buscar la unidad, resolver los problemas entre sus miembros, promover el desarrollo, buscar la equidad en las relaciones de África con el resto del mundo, podemos preguntarnos ¿Por qué es tan diferente a la OEA?
Y la respuesta, que tal vez nos ayude a responder la pregunta inicial, es que todos esos países buscaron su organización para ayudarse mutuamente y no hubo un poder hegemónico que la creara para utilizar la misma en contra de los demás.
Con todo lo anterior y agradeciendo a los hermanos africanos por su ejemplo, yo tengo ya suficientes elementos para responder la pregunta inicial.
Y lo hago tarareando una canción muy popular en Cuba en la década del 60 y que el otro día la mencionaba el presidente mexicano, nuestro amigo AMLO…”¿Cómo no me voy a reír de la OEA… si es una cosa tan fea…?”.
Usted haga su elección.
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BLOG DEL AUTOR: Juan Hernández Machado