Por: Francisco Gutiérrez Sanín

Por pura curiosidad, he hecho un seguimiento relativamente detallado de las dos marchas —a favor y en contra de la reforma al sistema de salud— del 14 y 15 de febrero. Creo que se deben ver como un conjunto. Pero la segunda, la de la oposición de derecha, no culminará antes del límite para entregar esta columna, así que tendré que abstenerme de comentar su desarrollo.

Eso sí: los marchantes del 15 ya han hecho saber que saldrán a las calles bajo consignas mucho más generales que la defensa del sistema de salud vigente. Por ejemplo, Juan Lozano afirmó en un trino que se movilizará para “defender de la libertad y la democracia”, “[contra] los corruptos, los declarados y los de cuello blanco camuflados”, y “debatir con serenidad, profundidad y patriotismo”. Es una declaración tan absurda y enrevesada que invita a la risa. Claro, es apenas un trino, pero aun así… Las contradicciones comienzan con el contraste entre el tono histérico y la “serenidad” que se proclama. Adicionalmente, ¿cuántos corruptos declarados hay? ¿Quizás con carné? ¿Podría el señor Lozano nombrarlos? ¿A qué apunta la expresión, aparte de la confusión mental del señor Lozano? Para no recordar que hubo centenares de ladrones y asesinos en el gobierno, increíblemente descompuesto, de Iván Duque, frente a quienes el señor Lozano al menos guardó silencio.

Por lo demás, no es ningún misterio que los gobiernos de izquierda pueden encarnar proyectos autoritarios. ¿Pero este en particular? ¿Alguien en serio cree que en este momento la libertad y la democracia están amenazadas? No creo, y espero no estar siendo sesgado. Si viera algo que razonablemente se pudiera caracterizar como deriva autoritaria, pondría el grito en el cielo. Pero simplemente no lo encuentro. La situación actual se puede caracterizar de la siguiente manera. El Gobierno quiere hacer unas reformas. Para sacarlas adelante, moviliza a su base urbana y a su bancada en el Congreso. Se pueden poner en cuestión la sustancia de algunos de los cambios, así como las ideas que los alientan. Son cosas delicadas, importantes y, claro, controversiales. ¿Pero dónde está la amenaza a la libertad? ¿Quizás en la militancia política que abiertamente despliegan el fiscal y la procuradora, dos personajes turbios a más no poder puestos también por Duque, el amiguito del señor Lozano, que nunca se escandalizó frente a su íntima cercanía con el entonces presidente? Si no es así, ¿dónde están la censura, los proyectos de ley liberticidas?

La extrema derecha colombiana tiene el siguiente problema: se rasga las vestiduras frente al cataclismo que se acerca, pero su gestión de gobierno fue directamente contra los derechos y la democracia que ahora dice querer defender. Por lo demás, este es un fenómeno global. El periódico The Guardian informa que la Comisión Europea está acusando al Gobierno polaco de querer hacer un “polexit” judicial, debido a la cooptación del Tribunal Constitucional y de los jueces por parte del partido de gobierno, paradójicamente llamado Justicia y Ley (PiS, por sus siglas en polaco). Veloz y activo para denunciar el autoritarismo ajeno, el PiS ha adelantado una implacable lógica de cierre en su propio país. Es un ejemplo más de decenas que podemos encontrar en América Latina, Norteamérica, Europa y Asia.

La pasión democrática de nuestra extrema derecha también es puramente posicional: denuncia los atropellos de los demás; nunca se refiere a los de su propio bando. En la medida en que esta tiene —en el país y en el exterior— una larga tradición de brutalidad, su hipocresía resulta patente. Y pone sobre el tapete la pregunta de si está construyendo una retórica para una salida de excepción.

Pero a la vez nos está dando a los colombianos una lección simple e importante. La defensa puramente posicional de los derechos es poco creíble y moralmente repugnante. A mediano plazo, será destructiva. Rechazamos los abusos ahí donde los veamos. Riámonos del señor Lozano, no con él.