Por:Mario Hubert Garrido

Corresponsal jefe en Panamá
Ciudad de Panamá (Prensa Latina) Fue el viernes 31 de julio de 1981, día en que la historia política panameña daría un giro de 180 grados.
Aquella mañana, el general Omar Torrijos Herrera decidió cumplir otro de sus acostumbrados viajes a la región montañosa de Coclesito, pueblo rural en la provincia de Penonomé, una población modelo fundada por él como parte de su plan de actividades en esa área montañosa.

Lo trasladaría hacia el lugar la aeronave De Havilland Twin Otter (DHC-6) con matrícula FAP 205, propiedad de la Fuerza Aérea Panameña, conducida por el capitán Azael (Cholo) Adames y su copiloto Víctor Rangel.
Partieron sobre las 10:34 hora local desde el Aeropuerto de Río Hato y 11 minutos después hicieron una pequeña escala en el Aeropuerto de Penonomé. A las 11:40 hora local viajaron hacia su destino final, pero nunca arribaron. Las faldas del Cerro Marta se interpusieron en los planes de vuelo.
Según se cree, la aeronave se estrelló cerca del mediodía. Junto al líder militar también morirían en el lugar el piloto y el copiloto, más la odontóloga Teresa Ferreira, el sargento Ricardo Machazek (escolta), el mecánico Eric Rivera y el asistente Jaime Correa.
LÍDER MÁXIMO DE LA REVOLUCIÓN PANAMEÑA
Faltaban 70 días para celebrar los 13 años en el poder, asumido cuando el 11 de octubre de 1968, al frente de una Junta Militar, derrocó al gobernante Arnulfo Arias y ocupó simultáneamente la presidencia y la jefatura de la Guardia Nacional.
De acuerdo con analistas, nunca antes un jefe de Estado panameño logró audiencia con un mandatario de la Casa Blanca. Torrijos disolvió todos los partidos políticos existentes e instauró un Gobierno de corte popular y nacionalista.
Desarrolló un amplio programa de obras públicas, convirtió a Panamá en un centro bancario internacional, logró que los estadounidenses devolvieran la base militar de Río Hato, ocupada durante tres décadas, y mereció la condición de “Líder Máximo de la Revolución Panameña” en la Constitución de 1972.
Pero su mayor mérito, señalan, fue la firma de dos tratados (1977 y 1978) para la devolución del Canal en 1999, negociaciones que lo colocaron como “la piedra en el zapato” del Imperio, afirmó el sociólogo Olmedo Beluche en uno de sus tantos artículos sobre el tema.

Las gestiones de Torrijos no terminaron con la firma de los tratados. En esa época tramitaba con los japoneses para construir un canal a nivel del mar.
Acerca de su desaparición, Julio Yao, asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores en los Tratados Torrijos-Carter, argumentó en uno de sus libros la culpabilidad de Estados Unidos, que “ha demostrado históricamente hacer todo lo necesario para mantener el monopolio o el control sobre la ruta interoceánica”.
El canal era además el pretexto perfecto de Washington para constituirse en un enclave de bases militares con vistas al control del continente durante la Guerra Fría.
LAS MANOS DE LA CIA
En una entrevista concedida al diario neoyorquino La Prensa, el economista norteamericano John Perkins aseguró que en el “accidente” estuvo la rúbrica de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.
“Su avión explotó por una grabadora con una bomba en ella”. Versiones no confirmadas apuntan que los instrumentos de la nave fueron interferidos desde tierra. Luego, en su libro “Confesiones de un sicario económico”, Perkins aseguró que la muerte de Torrijos no fue accidental.
Esa versión apunta a que el general fue asesinado por órdenes expresas de la CIA, cuyos dirigentes se oponían a que como resultado del Tratado de 1977 y las negociaciones que él encabezara sobre la administración del Canal, la vía interoceánica terminara en manos de los panameños, como sucedió 18 años después.
Sin embargo, los documentos relacionados con el accidente desaparecieron durante la invasión de Panamá por Estados Unidos, el 20 de diciembre de 1989; la mal llamada Operación Causa Justa pretendía capturar y extraditar al dictador Manuel Antonio Noriega, pero el verdadero objetivo era ponerle otro obstáculo a la soberanía nacional.
Algunos investigadores citan testimonios incluso del abogado Frank Rubino, representante de la defensa de Noriega en audiencias preliminares al juicio en Miami, en mayo de 1991, cuando afirmara que “el general Noriega tiene en su poder documentos que demuestran los atentados sufridos por él y Torrijos, todo orquestado por agencias del Gobierno de Estados Unidos”.
HALCÓN AL VUELO
A esta tesis se suma la denuncia realizada, en 1986, por Moisés Torrijos (fallecido), hermano del general, quien desenfundó unos informes que hablan de la “Operación Halcón al Vuelo”, organizada y financiada por la CIA.
Otro de los que culpan a la CIA fue su escolta personal y destacado intelectual José de Jesús Martínez (Chuchú), autor del libro Mi General Torrijos.
“Recuérdese que ya en 1973, en los días de Watergate, cuando el imperialismo lavó en público algunos de sus trapos sucios, se reveló que Washington quería eliminar a Torrijos. El “accidente” ocurrió en un sitio donde el avión no tenía por qué estar”, describió.
Registros de prensa coinciden en que tras el desastre que le robó la vida al general a los 52 años, resulta ineludible no relacionar su muerte con otras:
En junio de 1980, el avión en el cual volaba el vicepresidente electo de Bolivia, Jaime Paz Zamora, cayó a tierra envuelto en llamas. Se manejó la teoría, aún si comprobarse, de que habían echado azúcar en el tanque de la gasolina.
Después vino la tragedia del presidente de Ecuador, Jaime Roldós, en mayo de 1981; y más tarde la del jefe del Estado Mayor de Perú, general Rafael Hoyos Rubio, en junio de ese año.
“No es fácil creer que tantos desastres sucesivos sean casuales, porque no es tan selectivo el índice de la muerte y hasta las mismas casualidades tienen sus leyes inexorables”, sospechó en una de sus crónicas Gabriel García Márquez.
Por su cercanía a Torrijos, el Gabo podía dar fe de que “los aviones en que volaba casi todos los días desde hacía muchos años eran buenos y muy mantenidos, y sus pilotos rigurosos eran los únicos que tomaban las decisiones del vuelo”.

Incluso se habló de un campesino que escuchó dos explosiones y del teniente Juan González de los Macho de Monte, el primero en llegar al área del siniestro en operaciones de rescate, pero este pagó por su inconformidad ante la decisión de archivar el caso. Los frenos de su carro “no respondieron” y perdió la vida en otro accidente.
Panamá: Nos mataron al General Torrijos (II y Final)
Ciudad de Panamá (Prensa Latina) Sentado en una de las mesitas al aire libre del restaurante Manolo, en la capital panameña, el mayor (retirado) José Hilario Trujillo conversó con Prensa Latina sobre la muerte del general Omar Torrijos y desempolvó detalles que describe en su libro “Sin temor a la verdad”.
El 31 de julio de 1981, la aeronave De Havilland Twin Otter (DHC-6) con matrícula FAP 205, propiedad de la Fuerza Aérea Panameña, y conducida por el capitán Azael (Cholo) Adames y su copiloto Víctor Rangel, se estrelló en el Cerro Marta.
Entre los pasajeros, además del general Torrijos, viajaban la odontóloga Teresa Ferreira, el sargento Ricardo Machazek (escolta), el mecánico Eric Rivera y el asistente Jaime Correa. Todos fallecieron.
Para Trujillo, ningún civil puede dar fe de lo que pasó aquel día, y agregó que solo los militares con acceso al general podrían describir los misterios en torno a su trágica muerte, de la cual él tiene su propia versión.

Como aviador que cumplió no pocas misiones especiales de Torrijos, aquella mañana resultaba inolvidable, porque el 31 de julio era también el día de su cumpleaños.
Unas dos semanas antes del siniestro, Trujillo llegó como es habitual a la Fuerza Aérea donde su jefe, Alberto Porcell, le comunicó que debía disfrutar de 15 días de vacaciones.
Sin embargo, en algún momento le llamó la atención que dos militares norteamericanos, junto a quien vendia piezas a la Fuerza Aérea, Orlando Villarreal -una de cuyas hijas se había casado con el hijo del exjefe del Estado Mayor Rubén Darío Paredes-, permanecían al lado de aquella aeronave con las narices abiertas.
Trujillo indagó sobre lo que hacían y por respuesta le dijeron que conectaban un “radar” a solicitud del propio Torrijos.
Entonces rechazó aquel trabajo y les aseguró que a su General no le agradaba volar con esos radares, a lo cual Porcell le pidió que no se inmiscuyera y saliera a disfrutar de su descanso; le certificó que personalmente había recibido la instrucción de Torrijos de instalar el radar.
Años después, al reconstruir aquellos lamentables sucesos y basado en la experiencia de recibir en 1976 estudios sobre guerra electrónica y cursos técnicos como comandante de escuadrón en una academia de Brasil, Trujillo asoció evidencias.
Llegó a la conclusión que el accidente fue provocado, para lo cual usaron la tecnología que terminó desactivando todos los instrumentos de navegación del avión.
Esto es historia real y pura, aseguró. “Luego me indicaron estar presente en las labores de búsqueda cuando ya era evidente que el avión de Torrijos había desaparecido, y recordamos que el piloto de helicóptero, capitán Juan Antonio Guisado, fue quien primero divisó la cola de la aeronave siniestrada en el Cerro Marta al día siguiente, un sábado”.
Suponemos que una de las explosiones hizo estallar el tanque de combustible del avión, y calcinar casi toda estructura y los cuerpos de los fallecidos.
FALTAN PRUEBAS
Solo 24 horas después del siniestro salieron las primeras noticias que conmocionaron al país, a la región y al mundo. Inicialmente se dijo que las malas condiciones climatológicas pudieron haber incidido en el accidente en el que perdieron la vida Torrijos y sus acompañantes.
En una entrevista publicada en el diario La Estrella de Panamá, el biógrafo y amigo de Torrijos, el periodista español Zoilo G. Martínez de Vega, aseguró que “al general lo murieron, pero nos faltan las pruebas».
Sobre lo que considera también un accidente aéreo no investigado, Martínez de Vega hace alusión en el libro “Las guerras del general Omar Torrijos” a 15 razones para eliminarlo en los tiempos del ‘Plan Cóndor’.
Acerca de los motivos del magnicidio, el exdirector de la agencia de noticias internacional EFE en Centroamérica indicó que son tantos como los enemigos que tenía Torrijos:
Desde las multinacionales bananeras norteamericanas, que tramaron su asesinato durante la Guerra del Banano en 1973-74, hasta la familia de Anastasio Somoza, su enemigo personal y al que ayudó a derrocar, junto al presidente venezolano Carlos Andrés Pérez.
Otro sospechoso era el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan (1981-89), radicalmente opuesto a la entrega del Canal a Panamá por parte de Washington.
Finalmente, hay sospechas fundadas en la complicidad del Estado Mayor de la Guardia Nacional panameña. Consta que el general Torrijos proyectaba viajar a París la semana siguiente a su muerte, llevándose al general Manuel Antonio Noriega y a otros miembros de Estado Mayor para jubilarlos y jubilarse él mismo.
NO LO VERÍA MÁS
En entrevista con el periodista de Prensa Latina, Ciro Bianchi, el escolta personal de Torrijos, Chuchú Martínez, aseveró que “hubiera querido acompañarlo en aquel recorrido, pero no fue posible, y hoy a muchos le parecerá mentira, pero lo vi irse,lo vi irse, lo vi irse, y tuve el presentimiento de que no lo vería más”.
El presidente Omar Torrijos sobrevolaba el brumoso Cerro Marta, al norte de Coclesito, el 31 de julio de 1981. Allí tenía una casa de madera, donde recibía a los amigos y en la que solía apartarse del mundo en busca de esa “complicidad de clases” que lograba con los campesinos, con quienes expresaba su verdadera personalidad.
Su bimotor Twin Otter desapareció durante condiciones climáticas extremas y no se reportó como perdido hasta un día después, debido a la limitada cobertura del radar.
El cuerpo de Torrijos fue recuperado a inicios de agosto. Todavía resuenan sus palabras pronunciadas ante campesinos durante la inauguración de un ingenio en Veraguas, su provincia natal, el 24 de julio de 1971: “Si caigo, recojan la bandera, denle un beso y sigan adelante”.

El pueblo panameño todavía le debe eso al hombre que recibía a los visitantes sentado en su hamaca y a quien le apasionaba la idea del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, que evocaba a su manera: “Nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino”.
arb/ga
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