Los actores activos en la guerra son más numerosos, sus motivaciones son variadas y sus territorios son mucho más complejos de comprender que en el pasado. Crédito: Luis Acosta/ AFP

  • Jorge Andrés Baquero.
  • Licenciado en ciencias sociales, investigador de la Escuela Superior de Administración Pública sobre el conflicto armado en Colombia.

El papel de la ciudad en torno a las mutaciones criminales y de violencia durante el conflicto armado ha cambiado el tipo de guerra que se presenta; ahora la descomposición de la guerra y los ejércitos violentos han terminado ubicándose en las ciudades del país.

El Alto Comisionado para la Paz de Colombia, Iván Danilo Rueda, confirmó hace unas semanas que ha sostenido diálogos secretos con miembros de “la segunda Marquetalia”, una estructura de rearmados de las FARC-EP que siguen las órdenes de su máximo jefe, Luciano Marín, alias “Iván Márquez”. 

Mientras algunos sectores consideran que alias “Iván Márquez” traicionó el Acuerdo Final de Paz, para otros el incumplimiento del expresidente Iván Duque sobre la seguridad económica, jurídica y física de los excombatientes propició un incremento exponencial de grupos rearmados entre 2018 y 2022. En todo caso, el escenario actual es de un nuevo ciclo de guerra, cuantitativamente muy distante de los peores años del conflicto armado (1998-2005), pero no por ello irrelevante como para considerar que estamos en paz. 

Entender el escenario de violencia que atraviesa el país es una tarea espartana: ahora los actores activos en la guerra son más numerosos, sus motivaciones son variadas, sus territorios son mucho más complejos de comprender que en el pasado, y no es clara la ruta que debería tomar el Estado colombiano en torno a este tema. A pesar de ello, los profesores Carlos Mario Perea y Mario Aguilera Peña compilaron cinco ensayos de analistas de punta sobre el conflicto armado colombiano, con los cuales se intentó interpretar este escenario de posacuerdo tan dinámico y confuso, y que son los análisis más elaborados hasta ahora sobre la forma como se desarrolla la guerra en Colombia hoy.

La articulación entre conflicto armado y producción, transformación y exportación de drogas ilícitas ha sostenido económicamente a los señores de la guerra que en Colombia continúan en armas. Detrás de esto hay una infraestructura globalizada de la producción, la comercialización y el tráfico de cocaína que imposibilita superar el conflicto armado; en otras palabras, siempre habrá ejércitos privados que quieran formar parte de esta rentable economía de la cocaína, y por ende la solución efectiva va más allá de una política transnacional para enfrentar el problema. Ricardo Vargas desarrolla esta idea en su ensayo “Economías de guerra en escenarios de posacuerdo: las drogas en Colombia y los desafíos de la paz liberal”.

Por otro lado, el papel de la ciudad en torno a las mutaciones criminales y de violencia durante el conflicto armado ha cambiado el tipo de guerra en la que estamos: la descomposición de la guerra y los ejércitos violentos han terminado reciclándose en las ciudades de Colombia. En efecto, el ADN de la urbe colombiana cambió con la llegada de las estructuras guerrilleras urbanas, metropolitanas paramilitares y la lumpenización de la violencia en los círculos urbanos de criminalidad. Carlos Mario Perea desarrolla esta argumentación con mucha filigrana en el segundo ensayo, “La ciudad: diez tesis sobre criminalidad y violencia”. 

En otro sentido, el asesinato de los líderes sociales en Colombia es uno de los grandes lunares de este posacuerdo; en el mundo rural la representación política corre por cuenta de las juntas de acción comunal, lugar en donde se concentró la persistencia de la violencia después de la firma del Acuerdo Final de Paz. La postura del gobierno del expresidente Iván Duque sostuvo que este patrón de violencia no existía, y que, por el contrario, eran hechos aislados, motivados por cuestiones personales, con una responsabilidad en las “fuerzas oscuras” y sin mucha certidumbre sobre los pormenores de la solución en el asunto. Francisco Gutiérrez Sanín y María Mónica Parada desarrollan una crítica que evidencia, por un lado, la debilidad de estos argumentos, y por el otro, una “guerra civil extraoficial”. Esta crítica se titula “El asesinato de los líderes sociales: presente y perspectivas. Un análisis de los líderes rurales”.

El abc del conflicto armado actual no estaría completo sin entender el fenómeno de las “disidencias de las FARC-EP”. Luis Acosta/ AFP

Aunque los grupos paramilitares no fueron el epicentro del Acuerdo Final de Paz, sí son un factor de persistencia del conflicto armado en Colombia; a pesar de ello, para algunos sectores estas organizaciones desaparecieron, se desmovilizaron en el pasado y ahora son emprendimientos locales irrelevantes. Es en esa discusión que Víctor Barrera ingresa con un excelso ensayo que exhibe como política, económica y jurídicamente el paramilitarismo sigue existiendo, solo que ahora se denomina Organizaciones Sucesoras del Paramilitarismo. 

Esta lectura de Barrera es vital para entender cómo siguen teniendo “oxígeno” organizaciones paramilitares como el Clan del Golfo, los Rastrojos y los Puntilleros; esta sólida respuesta va más allá de un entendimiento de la subcontratación de la violencia y la tolerancia estatal hacia el crimen. 

El abc del conflicto armado actual no estaría completo sin entender el fenómeno de las “disidencias de las FARC-EP”, pequeñas organizaciones detractoras del Acuerdo Final de Paz, y otras que se han rearmado a la luz de los incumplimientos del Gobierno nacional. Poco a poco, desde 2016, estas estructuras se han articulado, coordinado y consolidado en Colombia, decantando en un escenario de reinicio de guerra especialmente con dos estructuras militares subversivas: las “disidencias de Gentil Duarte” y la “segunda Marquetalia”, de “Iván Márquez”. 

Mario Aguilera Peña se sumerge en esta discusión intentando buscar las claves de las diferencias generacionales, motivacionales y formas de accionar de este personal rearmado, e identifica en gran medida el punto central de las grandes diferencias entre las disidencias de antiguos procesos de paz y las actuales, entre ellas las Fuerzas Unidas del Pacífico, la segunda Marquetalia, el Frente 1, el Frente 4 y el Frente Oliver Sinisterra, las cuales han llevado a cientos de municipios colombianos a iniciar un tercer ciclo de guerra.

Aunque los argumentos desarrollados por estos expertos sobre el conflicto armado en Colombia se publicaron hace dos años, la estructura de su discusión está plenamente vigente; por ejemplo las recientes masacres por el control de los lugares de expendio y comercio de estupefacientes en Bogotá se pueden entender a partir de la mirada de Carlos Mario Perea, o el discurso del presidente de Colombia en la ONU realizado hace algunos días está profundamente relacionado con la mirada de Ricardo Vargas. Es por eso que afrontar el país en el que estamos después de 5 años de una oscilante implementación del Acuerdo Final de Paz implica resolver los problemas por los cuales persiste la violencia en Colombia; desconocer ello nos condenará a implementar erradas soluciones a la guerra, y por ende es necesario, como afirmaba Antonio Gramsci, “tener pesimismo del intelecto y optimismo de la voluntad”.