POR: BEATRIZ TORO P.

El mundo padece una pandemia de soledad, pero en el Caribe, al parecer, estamos a salvo gracias al tradicional arte de “echar carreta”. Hoy se detuvo mi marido a pagar un peaje y terminó hablando de salsa con la joven que recibía el dinero. Yo, que soy del interior, siempre lo regaño por demorar la fila, pero él, como buen barranquillero, no lo puede evitar. Le sale espontánea la conversación. En el Caribe la cultura local permite conectar con facilidad y estar abiertos a las ocurrencias y comentarios de los extraños en cualquier esquina.

Es fácil compartir algún chiste con el que nos vende la galleta griega o terminar hablando sobre un suceso local con el taxista. Sucede sin esfuerzo, es lo normal. En la esencia caribe están la espontaneidad, la oralidad y su desparpajo a la hora de acercarse a un desconocido. Estos gestos tan naturales y descompilados que se ven en las calles y que hacen del caribeño un ser alegre, abierto y locuaz, son poco comunes en otras latitudes donde la soledad está siendo considerada la próxima y silenciosa pandemia en crecimiento. 

El mundo cambió. 

Con menos tiempo disponible, teletrabajo, aumento de familias monoparentales y mejores comunicaciones, pero mássuperficiales en su contenido, la tendencia es al aislamiento y la soledad. Desde la pandemia, países tales como Japón, Inglaterra, Irlanda, y Alemania han prendido las alarmas y tomado acciones para contrarrestar los dramáticos efectos de la soledad. Todo comenzó por la preocupación hacia personas mayores que encontraron muertas, en un absoluto abandono o que presentaban importantes deterioros en su salud mental o física por la inmensa soledad.

Al profundizar en las investigaciones, se detectó que los jóvenes manifiestan en otros países un aumento en la percepción de soledad. Hay países donde jóvenes entre los 13 y 20 años dicen no tener con quién hablar de sus preocupaciones. Estudios entre estudiantes universitarios muestran un aumento de la sensación de soledad 60 % más alto que las generaciones previas. Pensamos que en Latinoamérica nos salvamos de esto por nuestra cultura afable y llena de calidez humana, pero los números reportan lo contrario.


La Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha declarado la soledad como una epidemia silenciosa con riesgo para la salud mental. Según un estudio global en 77 países, la soledad entre los jóvenes ha aumentado del 9.2 % al 14.4 % para 20222. Solamente en Bogotá, el 46 % de los hogares de estrato 6, están compuestos por un solo individuo. Estos gestos tan naturales y descomplicados que se ven en las calles y que hacen del caribeño un ser alegre, abierto y locuaz, no son nada comunes en otras latitudes donde la soledad está siendo considerada como la próxima y silenciosa pandemia en crecimiento.

Lo que tenemos aquí en el Caribe espontáneamente son ‘conversaciones casuales’, consideradas por los expertos en salud mental como estrategias de alto valor para mitigar la soledad. No digo que debemos quedarnos atrás en el siglo XX,pero sí vale la pena valorar y trabajar intencionalmente en las potencialidades que la cultura Caribe ofrece para la salud mental. Es el poder de “la carreta” que se echa aquí en el Caribe y que debemos conservar como un patrimonio de inestimable valor, en vía de extinción, en la era digital.