Por Donaldo Mendoza*
El historiador colombiano Paulo E. Forero publicó en 1972 «Las heroínas olvidadas de la independencia», en la Colección Popular de COLCULTURA, No 57. En seis capítulos (165 páginas) viaja por distintos lugares de Colombia indagando por mujeres que sacrificaron la vida o sus bienes por la independencia de la Patria. Pues bien, que sea el día de la Mujer, 8 de marzo, ocasión para vindicar a estas mujeres, que dejaron huella en la historia y la cultura de nuestra república.
El primer nombre que asoma en esta historia emancipadora es Manuela Beltrán (El Socorro, 1724-1819). Aparte de ser la precursora de las patriotas pro independencia, su nombre era conocido por sus antecedentes de rebeldía en el marco de la revolución comunera (1871). En sus ansias de libertad, las mujeres patriotas caminaron sin miedo por el filo del riesgo, ya como espías, ya como mensajeras…; Manuela fue ‘transmisora de mensajes revolucionarios’; en efecto, “en uno de sus viajes fue capturada por una patrulla española. La llevaron a presencia de Barreiro, quien le ofreció perdonarle la vida si revelaba el sitio donde se hallaban los patriotas… no quiso decir nada”. Ella y otros cautivos fueron atados espalda con espalda y luego atravesados a lanzazos.
Mercedes Ábrego de Reyes (1770-1813). Vivía en Cúcuta y puso su oficio de costurera al servicio de los soldados de la Patria. Fabricaba uniformes y seguramente contribuía con víveres para los necesitados soldados; en estas tareas andaba cuando fue sorprendida: “–¿Con que tú eres la que borda uniformes para el bandido de Bolívar? y ¿además tienes hijos peleando contra nosotros? … En cumplimiento de órdenes del Gral. Morillo serás fusilada en la plaza…” Su reacción no fue de estupor, sino de coraje: “–No me importa la vida sino la Patria … ¡Viva la Patria!” Hoy enaltece con su nombre al municipio de Ábrego (Norte de Santander).
Antonia Santos Plata (1782-1819). El origen burgués campesino de Antonia no fue impedimento para oír y obedecer el llamado de la causa emancipadora, y lo hizo con actitud resuelta, como altiva fue su voz en el momento postrero, en un máximo de conciencia, cuando la lucidez y la clarividencia prorrumpen en grito profético, ante sus verdugos: “Antes que termine este año, toda la patria granadina estará libre. ¡Yo moriré, pero ya lo veréis! … Ahora, a prepararme a morir. … ¡No, no me venden los ojos! Quiero ver mi tierra por última vez. No tengo miedo, y deseo mirar frente a frente a mis verdugos. Capitán, ya estoy lista. ¡¡VIVA LA PATRIA!!”
Mompós, llamada “La Ciudad Valerosa” por la disposición de sus hombres y mujeres al sacrificio, fue cuna de Jacinta Cañedo. No hay en la obra ni en Wikipedia datos sobre las fechas de su nacimiento y muerte. No obstante, en sacrificio y coraje fue ejemplares; padeció con valor la furia realista: “Desterrada a Magangué y confiscados hasta sus más mínimos haberes, se enfrentó con valor a sus enemigos, por lo cual fue remitida bajo escolta a Zaragoza, Antioquia. Allí incitó de nuevo a la resistencia contra el opresor. El coronel Warletta la hizo capturar de nuevo, pero se evadió de la cárcel y en una marcha inverosímil –sola y a pie, sin alimentos, por entre montañas y ríos, pues tenía que evitar los caminos reales para no ser apresada– llegó a Bogotá al cabo de largos meses de penuria. …persistió en su actividad patriótica, y para evitar que la fusilaran como a la Pola, huyó del régimen del Terror por el camino de Honda, en cuyos alrededores permaneció oculta hasta después del triunfo de Boyacá. …murió a los ochenta años en su ciudad nativa”.

