POR: JOSÉ ELÍAS YAÑEZ PÁEZ

En las últimas décadas, las condiciones de vida de una buena parte de la población colombiana han mejorado. Se han logrado relativas mejoras en el ingreso de las personas, en el acceso a la educación, en los derechos de las mujeres, en la disponibilidad de los servicios públicos de energía, de agua potable, de telecomunicaciones y en los servicios de salud.

Pero el problema es que falta mucho por conseguir. Hemos retrocedido en la calidad del trabajo, en la seguridad, en la impunidad, en la desigualdad extrema, en nutrición, en corrupción, en la eficiencia del gasto público, en el uso adecuado de la tecnología, en el acceso a la cultura, en el acceso de los campesinos a la tierra, en la mezquindad de quienes nos han gobernado, en el acatamiento de la ley, en el sentido de que ésta debe regir para todos, garantizar la igualdad de oportunidades y respetar la dignidad de cada persona, en el desprecio de nuestros afrodescendientes y el irrespeto por nuestros pueblos indígenas, en el recrudecimiento del fanatismo militante, del sectarismo y la intolerancia. Arrastramos un déficit externo impagable, originado en la pérdida de la capacidad de mantener y crear empresas productoras de bienes y servicios con mano de obra nacional. Se ha profundizado en los últimos años un esquema absurdo de comprar en los mercados internacionales los bienes que podemos producir adentro, generando, además, incentivos tributarios para atraer inversión en minería, que replica la explotación social y ambiental.

El resultado de este ejercicio es que el faltante en nuestro conjunto social es muy superior a los logros enunciados y es el responsable de dos grandes ciclos de violencia en las últimas décadas: La Violencia iniciada en los años cuarenta y la guerra contrainsurgente, en la que aún permanecemos. Aun así, pienso que nuestro país ha mejorado en algunos aspectos y está más preparado para la paz que en la década de 1960. Dicho en otras palabras: Colombia podría estar preparada demográfica, económica, social, política y culturalmente para la paz. No para una paz bonita, dulce, amable: para una paz dura, llena de fracturas, de incógnitas sin resolver, de heridas traumatizantes y difíciles de tramitar. Pero paz, con todas sus potencialidades y esperanzas.

Es claro que el sistema político colombiano deja mucho que desear y que la oposición a la paz en estos años no ha provenido solamente de una fuerza – el Centro Democrático- sino de un conjunto de partidos y grupos aliados del gobierno, cuyos intereses son bien diferentes de los intereses nacionales.

Bajo el gobierno de Duque, la negación del conflicto armado volvió con toda su fuerza. Se asoció con una retórica que imputaba todas las violencias pasadas y futuras al narcotráfico. Esto implicaba no solo cerrarle la puerta al proceso de paz en curso, sino también a los procesos futuros. Recordemos que la violencia es anterior al auge de la producción y exportación de droga. El tráfico de drogas profundizó y extendió la violencia y degradó gravemente el conflicto.

No olvidemos que la paz divide. La paz muy rara vez logra construir consensos políticos y raramente une a las sociedades, si ella no es una “política de Estado”, es decir una política que esté por encima de los debates partidistas y genere el apoyo de, al menos, todos los sectores electoral e intelectualmente significativos del espectro político. Pero la paz también es frágil y más cuando no se cumple con lo acordado, pues se generan incentivos a los especialistas en violencia para que se movilicen y crea condiciones para un nuevo ciclo de violencia en la medida en que no se solucionan los problemas que generaron el anterior ciclo y las condiciones sociales, políticas, geográficas y financieras permiten que los grupos armados ya existentes, u otros nuevos, puedan seguir operando.

Por consiguiente, debemos actuar y pensar cómo lograr sumar a las condiciones de bienestar a quienes aún no logran disfrutar de los bienes y servicios que mejoran su calidad de vida. También debemos solucionar los problemas estructurales que nos impiden el desarrollo. El Estado y la educación tienen que entregar al mercado fuerza de trabajo capaz de ocuparse en empresas prósperas del campo y la ciudad, con personas que produzcan riqueza, paguen impuestos y se dediquen a actividades legítimas que construyan valores positivos. Debemos encontrar una solución a las drogas diferente a la guerra.

Colombia tiene suficientes demócratas para no seguir permitiendo que una élite simuladora y apátrida mantenga el país en las condiciones vergonzosas de precariedad en que permanece. Colombia tiene ya las condiciones para poner freno a esas minorías, y para exigir de los poderes en pugna que acuerden la paz, no para satisfacer intereses mezquinos, sino para que el país entero pueda respirar una era distinta.

Que se haga la paz y que todos quepamos en ella. Pero del pueblo depende que esa paz represente beneficios efectivos para la comunidad siempre aplazada. Es por eso que la ciudadanía tiene mucho que hacer ahora. Primero derrotando a los que quieren no justicia sino venganza y después, tomando la decisión adecuada a la hora de elegir a los que nos representan. Necesitamos líderes con vocación social y transformadora, firmes, pero no autoritarios, capaces de garantizar que otra guerra no surja de las cenizas de la que concluye.

Si queremos un país incluyente, si queremos erradicar los motivos socioeconómicos que están en las raíces del conflicto, si queremos abandonar la violencia como mecanismo de resolución de disputas, si queremos tener un debate político pluralista y respetuoso, donde no se censure ni se mate a alguien por pensar diferente, si queremos que las nuevas generaciones sean educadas sin resentimiento, VOTEMOS A CONCIENCIA EL PRÓXIMO 13 DE MARZO.

No demos un solo voto por los mismos que siempre han estado en el ejercicio del poder político y que son los directos responsables del estado de cosas calamitosas que tenemos hoy. Afortunadamente, en estos momentos tenemos alternativas políticas diferentes y con nuestra participación decidida y consciente enrutamos al país por los caminos de la paz y el bienestar.

  • José Elías Yáñez Páez
  • Economista.
  • Bogotá, febrero 28 de 2022.
  • Correo electrónico: eliasyanez7@yahoo.com