Mario Sanoja Obediente*
Los símbolos son imágenes, sonidos u objetos materiales que nos permiten sentirnos identificados con los componentes de la realidad que nos rodea. Un símbolo además, puede tener significantes que nos vinculan con contenidos ideológicos de otras realidades, los cuales podemos llegar a aceptar de manera acrítica. Tal es el caso de los símbolos que han sido planteados como significantes de la ciudad de Santiago de León de Caracas, fundada por Diego de Losada en 1568. Las causas de esa denominación fue la dedicatoria de la ciudad al apóstol Santiago, patrón militar de España y, por otra parte, una gentileza de Don Diego hacia la persona de Pedro Ponce de León quien fungía para el momento como gobernador de la Provincia de Caracas.
Es evidente que tal denominación fue puramente coyuntural. La simbología del león no tiene nada que ver con el carácter salvaje de la bestia africana, que en el escudo de Caracas se muestra con sus garras y sus colmillos en actitud amenazante, sino con el ya nombrado Ponce de León, oriundo del Reino de León, quien había sido designado en 1564 por los Reyes de España para coordinar la guerra contra la confederación de pueblos caribes que controlaban la región centro-norte de Venezuela y, en particular, el llamado Valle de los Caracas donde habitaba la etnia toromaima. Al llegar a Venezuela, Ponce de León confirmó el grado de general a Diego de Losada y lo puso al frente de la expedición integrada por 300 soldados españoles y 1600 guerreros y guerreras jiraharas, posiblemente enemigos de los caribes que habitaban para entonces la región centro norte costera de Venezuela.
La Ceiba de San Francisco
Según las investigaciones sobre la paleobotánica caraqueña, para inicios de la era cristiana la vegetación dominante en la región estaba conformada principalmente por bosques de pinos caribe. En los siglos posteriores parecen haberse producido sucesivos deslaves sobre el piedemonte sur del Waraira Repano que causaron grandes acumulaciones de sedimentos en la ladera norte que colinda con el valle. Grandes bloques erráticos como el que se observa en la autopista del este a la altura de La Carlota podrían ser testigos de uno de aquellos eventos. Dentro de la vegetación dominante de pinos caribe deben haber existido enclaves boscosos de otras especie vegetales como la ceiba, relicto de los cuales sería la de San Francisco. No debemos olvidar que vecina a la ceiba se encontraba localizada para 1300 de la era una aldea caribe toromaima. La imagen de la ceiba de San Francisco sería, pues, uno de los símbolos vegetales antiguos de la ecología natural originaria de Caracas que sirvió de cobijo a nuestros antiguos pobladores.
Caracas es una de las pocas ciudades del mundo que se despliega a lo largo de un piedemonte tan extenso y majestuoso como el del Waraira Repano. La imponente mole montañosa inspiró el poema Vuelta a la Patria, escrito por el poeta caraqueño del siglo XIX Juan Antonio Pérez Bonalde, una figura literaria muy importante del movimiento modernista. En dicho poema nos describe el poeta a la ciudad de Caracas como una figura muy romántica que exalta su carácter femenino: “Caracas allí está, vedla extendida a los pies del Ávila empinado, cual odalisca rendida a los pies del sultán enamorado…” La figura femenina de la odalisca (del turco odalik) no alude a la caracterización de una mujer débil; por el contrario las odaliscas y sobre todo la odalisca principal, inmortalizadas en las obras pictóricas de Ingres y de Matisse, eran personajes que dominaban al gobernante mediante en amor, la astucia y el encanto físico. ¿Cuáles de esos rasgos tiene nuestra Caracas? Caracas es una ciudad muy dura de vivir, pero con una serie de matices de ternura y encanto que la hacen muy atractiva. A pesar del desorbitante desarrollo urbano que se inició en 1950, Caracas ha conservado una presencia vegetal importante que dulcifica la crudeza del concreto, al mismo tiempo que un cielo todavía límpido y azul que sirve de telón de fondo a la mole imponente del Waraira Repano.
La mayoría de los caraqueños conoce al Waraira desde lejos o al menos desde la cercanía de la cota 1000, pero ignora muchas veces la diversidad de hermosos paisajes que existen al interior de aquel sistema montañoso atravesado por innumerables riachuelos de aguas límpidas y frías. En mis lejanos tiempos de estudiante del liceo Fermín Toro, era integrante del Centro Excursionista Codazzi (CEA), integrado por jóvenes adolescentes amantes de la naturaleza y del ejercicio físico quienes todos los fines de semana, los carnavales y las Semanas Santas “subíamos al cerro”: el picacho del Ávila, la Silla de Caracas, el Naiguatá o atravesábamos por una de las picas que llevaba desde Caracas al alto de Los Pericos para de allí bajar a La Guaira y Macuto donde nos dábamos un estimulante baño de mar. Cuando hacía tiempo y ganas hacíamos la llamada “travesía”, que significaba subir por el pico Naiguatá, descender, escalar el pico oriental de la Silla de Caracas y continuar hacia el oeste, hacia el pico del Ávila y bajar, finalmente, por la Puerta de Caracas o por Los Venados. Aquella vida excursionista implicaba dormir, como se dice en francés, a la belle etoile, al descampado, envueltos en una frágil cobija. Desde lo alto podíamos ver en la lejanía la ciudad de Caracas, recostada al pie de la montaña, cual odalisca rendida como dijo el poeta Pérez Bonalde.
El Waraira Repano de nuestros aborígenes caribes es el símbolo más importante que permite la identificación con la ciudad. Desde cualquier sitio de la urbe podemos ver su perfil sinuoso y saber que es nuestro norte: no existe ninguna otra ciudad parecida a nuestra Caracas. Y ahora la torre del hotel Humboldt construida en la década de los años 50’s nos recuerda cómo las y los caraqueños conquistamos físicamente el disfrute de la belleza del Waraira Repano, convirtiéndola en un patrimonio natural al alcance de todas y todos. Esta montaña ha sido también el objeto de inspiración de pintores como Manuel Cabré, quien rescató en sus pinceladas la variedad de matices, colores y sombras que definen nuestra montaña incluyendo los colores que ofrece su vegetación. Pero el Waraira no era solamente belleza natural. Como excursionistas nos interesaba visitar enigmáticos sitios como la Hacienda Kanoche, propiedad de un médico alemán, quien fuese especialista en la técnica de embalsamar cadáveres humanos. Todo cadáver de un familiar o personal de servicio que fallecía, era rigurosamente embalsamado y guardado en urnas de cristal y expuesto en la sala de la casa. Nuestra imaginación de adolescentes que ya nos interesábamos por la ciencia y la naturaleza, volaba atraída por esos eventos insólitos ocurridos en Kanoche, que llegaron a convertirse en rutina de nuestras actividades excursonistas. Otra experiencia extraordinaria era bajar desde el pico occidental de la Silla de Caracas y atravesar la ladera recubierta por una espesa selva tropical lluviosa, hasta llegar a la antigua hacienda de café de Los Venados, de donde bajábamos a Caracas luego de una ducha de agua helada proveniente de una de los arroyos que bajaban de la montaña. ¿Cómo convertir en símbolos todas esas hermosas experiencias? Sin duda, un buen artista podría transformarlas en imágenes, en significantes accesibles a todas y todos los caraqueños.
Otro componente simbólico importante de la historia de la ciudad de Caracas alude al origen cultural caribe de la ciudad. Las investigaciones arqueológicas han mostrado la importancia que tienen para el conocimiento del antiguo poblamiento caribe toromaima de Caracas las figurinas femeninas excavadas en los montículos de habitación construidos por los pueblos caribe que habitaban en torno al lago de Valencia y en otros sitios de la región centro-norte de Venezuela. La mayor parte de las representaciones humanas en arcilla que tipifican al pueblo caribe, son femeninas. Ellas simbolizan la figura de la mujer como la representación humana más importante que hacían las alfareras de las comunidades caribes, lo cual nos permite inducir el importante papel social que deben haber jugado las mujeres. Muy posiblemente se trataba de una sociedad matrilineal y matrifocal similar, en su forma a la sociedad wayúu contemporánea donde la descendencia familiar así como la creación y la transmisión hereditaria de los bienes patrimoniales de la familia se realiza culturalmente a través de la madre y del tío materno de mayor edad. Desde el punto de vista formal, artístico, las figuras humanas femeninas caribes conforman una simbología humana con mayor significación que el león del escudo de Losada totalmente ajeno a los contenidos de la memoria histórica caraqueña. Tenemos, por otra parte, que el carácter guerrero de la mujer caribe se encuentra simbolizado en el personaje de Apacuana, cacica de caciques, cuya figura ha sido reivindicada por nuestra alcaldesa Erika Farías con la estatua procera de esta valiente mujer que se encuentra ubicada en el inicio de la autopista de El Valle, espacio donde se hallaba ubicado anteriormente la figura de un fiero león africano que curiosamente se suponía debía simbolizar la ciudad de Caracas. La figura guerrera de Apacuana, por el contrario, tiene relación simbólica con la gallardía revolucionaria, patriota y combatiente que caracteriza al pueblo venezolano y al caraqueño en particular, en este momento de duras pruebas a las cuales está sometido el patriotismo de nuestra nación.
Existen en Caracas otros referentes simbólicos que aluden a hechos históricos recientes: la iglesia de Santa Capilla, es la última versión de la serie de iglesias caraqueñas que fueron construidas en mismo sitio, una sobre las ruinas de la otra, desde el siglo XVI hasta el presente; el edificio de la Catedral es el testigo de la renovación urbana de finales del siglo XVII que le dio a la vieja ciudad su aspecto definitivo: la estatua ecuestre de Simón Bolívar, en la Plaza del mismo nombre, el arco de la Federación, la cúpula del Capitolio, el Panteón Nacional, son componentes objetuales que dan cuenta del inicio de la modernidad guzmancista en el siglo XIX, de la misma manera que la abigarrada red de autopistas y pasos a nivel que se inician a partir de 1950 dan cuenta de la modernidad desarrollista perezjimenista que se prolonga hasta la Caracas reciente.
*Cronista de la ciudad de Caracas.
Los símbolos de Caracas. Una revisión necesaria
José Gregorio Linares*
Los símbolos personales anclados en nuestro subconsciente son el motor de nuestros pensamientos, de nuestras decisiones, de nuestras acciones. De igual modo, los símbolos de una ciudad o una nación (la bandera, el escudo y el himno) establecen un imaginario colectivo que afianzan e impulsan un sistema de creencias, moldean el carácter de un pueblo y sientan las bases de una cultura.
Unos símbolos que enaltezcan la autoestima colectiva, el espíritu de superación, el sentido de convivencia, la entreayuda, el bien común y la identidad impulsan acciones encaminadas hacia esos fines; se convierte en acicate de orgullo y resistencia en cualquier circunstancia, por difícil que sea. Por el contrario, unos símbolos que encarnen el avasallamiento, la supremacía del otro, el complejo de inferioridad, la presencia foránea y la pasividad desmovilizan a un pueblo y lo desdibujan. De modo que lo relacionado con los símbolos de una ciudad no puede abordarse con ligereza.
Los símbolos: trofeos del vencedor
Los símbolos de una ciudad o un pueblo son el resultado de causas históricas de gran trascendencia. Marcan unos significados que aspiran a permanecer en el tiempo y a convertirse en faro de una nación, en senda de un colectivo. No obstante llevan el sello de una época y un espacio; de una clase o casta social y de las relaciones de poder que se impusieron en aquel momento. No fueron fruto de un consenso amistoso, ni el resultado de un debate apacible o de un acuerdo. Son íconos de una sociedad determinada, representan un modelo de formación social donde un sector social, un proyecto civilizatorio y una cultura se impusieron frente a otros sectores, otros proyectos de sociedad y otras culturas.
Los símbolos son el trofeo que exhibe el vencedor. Para decirlo en palabras de K. Marx, “vienen al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies». Y esto lo saben bien los vencidos. Por eso no los asumen como suyos. Son el recuerdo de su derrota, la enseña de la dominación, el epitafio de su cultura. Mas para los triunfadores, quienes se impusieron por medios de la violencia, es indispensable que sus símbolos sean aceptados, asimilados y acatados por todos, especialmente por los herederos de los vencidos. La idea es que en el imaginario popular estos símbolos parezcan representarnos a todos. Para ello elaboran versiones edulcoradas de los hechos que dieron lugar a estos símbolos, de modo que todos los asumamos y los defendamos como propios, que nos identifiquemos con ellos.
De este modo pretenden borrar el origen sangriento de una simbología. Elaborar una translación ficticia de la realidad histórica que dio lugar a estos símbolos. Para hacerlo, imaginan una escenario geohistórico donde todo es paz, armonía y acatamiento. Con ello intentan afianzar y naturalizar, en la psique de los pueblos y en el sentido común, el sistema de creencias y valores de la cultura del dominador.
A partir de allí, todo es aparentemente consenso y acuerdo. Lo que una vez fue el estandarte de dominio de un sector de la sociedad contra otros, se convierte en símbolo de encuentro, en crisol de unidad. Aspira a erigirse en ícono de todos los sectores sociales, desde las élites dirigentes hasta los sectores más bajos de la sociedad, sin distinción de clase ni de estamento.
Abramos el debate
En consecuencia, cualquier intento de debate, no digamos de cuestionamiento, acerca de los símbolos de Caracas, es condenado de antemano como herejía que atenta contra el carácter sacrosanto de unos íconos que se han naturalizado y se han convertido supuestamente en un lazo indiscutible de unión y encuentro de todos los caraqueños. Por tanto, es denunciado como un ataque a los mitos fundantes de una sociedad, como un desafío al patriciado originario, como la amenaza a un colectivo y a una ciudad.
En realidad, los símbolos de una ciudad o de una nación no son neutros; constituyen la materialización de un discurso dominante que se impuso en un momento determinado de la historia. Y los discursos no son solo ideas abstractas que se mueven en un plano exclusivamente mental, sino fuerzas reales que impactan las realidades concretas y las transforman. Para decirlo en palabras de T. Todorov, los discursos “son acontecimientos, motores de la historia, y no solamente sus representaciones. Son ellos las que hacen posible los actos; y luego, permiten que se los acepte”. Por eso, apunta Wilhelm Reich, un símbolo es “una ideología que se convierte en una fuerza material desde que prende en las masas”. Como tal modela con su acción, en el plano de los arquetipos, la vida material y espiritual de las sociedades: las somete a su influjo y las moviliza.
De allí que no sea fácil hacer entender que los símbolos representan imágenes idealizadas de un pasado nada idílico y que forman parte de la hegemonía de las clases dirigentes, de su proyecto de nación. Que estos símbolos son el soporte ideológico de un esquema de dominación, control y uniformización de toda la sociedad. Forman parte del contrapunteo entre fuerzas contrapuestas. La bandera, el escudo y el himno son la bandera que enarbola, el escudo que sostiene y el himno que entona todo un sector de la población que asume que nos representa a todos. ¿Pero en realidad les hace justicia a todos?
Creo que en lo atinente a este espinoso asunto hay que dar el debate, que al fin y al cabo es lo formativo. El objetivo no es imponer unos nuevos símbolos, por muy válidos que estos parezcan. Eso sería luchar contra castillos de aire y arar en el mar. No contribuiría a formar la conciencia.
De lo que se trata es de avanzar en el plano de la hegemonía, es decir de la transformación del mundo simbólico de las personas, de los caraqueños y caraqueñas, para que produzcan y defiendan los nuevos símbolos identitarios de una sociedad movilizada. Para que los símbolos que surjan a partir de un verdadero debate, sean creación del pueblo y expresen un cambio de época, de donde emerge una libertaria conciencia de clase, de ciudad y de Patria.
Por eso, repito, los símbolos no se pueden imponer. Deben ser el resultado de un cabildo abierto, que parta de la investigación, el estudio y necesariamente la confrontación de ideas. Los nuevos símbolos deben significar un compromiso de justicia con las mujeres y hombres que fueron humillados o ignorados por quienes construyeron los símbolos del pasado; un acto de dignificación de nuestra tierra y su fecundidad; un encuentro con nuestro pasado heroico y nuestro promisorio futuro.
¿O es que la Caracas insurgente y caribe que tiene más de quince mil años de historia seguirá siendo simbolizada en su escudo de armas por un león de origen africano, emblema de “la audacia, imperiosidad y valentía” de los conquistadores?; ¿ es que en una sociedad republicana como la nuestra vamos a seguir promoviendo la corona de oro puesta en la cabeza del felino, corona que significa “la defensa de los reyes y la dignidad nacional”?; ¿ es que en una sociedad con un Estado laico como el nuestro seguiremos enalteciendo la Cruz de Santiago, la cual “recuerda la cristiandad y la protección divina del apóstol a España”?
Los Caribes
Nuestros símbolos deben necesariamente enaltecer al pueblo caribe, asentado en estas tierras por miles de años. Este pueblo nos legó una identidad, con un fuerte arraigo territorial, con una cultura propia, una visión política y una autovaloración que activó una amplia red de solidaridad étnica y una poderosa resistencia cotidiana, política y militar que permitió derrotar en innumerables ocasiones a los invasores españoles. Explican Mario Sanoja e Iraida Vargas: “En el caso de las etnias caribe de la región centro costera venezolana, diversas expediciones fueron organizadas por los españoles entre 1555 y 1567 para tratar, sin éxito, de conquistar el valle de los caraca y su región litoral, las cuales consumieron gran parte de los recursos humanos y fiscales de los colonialistas. La feroz resistencia de las tribu caribe, comandadas por sus jefes guerreros Guaicaipuro, Paramaconi y Terepaima quienes controlaban el valle de los caraca y las montañas que lo rodean, imposibilita la instalación de un asentamiento castellano estable hasta 1568”.
Los caraqueños heredamos esa fortaleza caribe. Adquirimos su capacidad para la integración, su cultura, su conciencia de pueblo indómito, su noción profundamente democrática de la vida, y esa disposición exploratoria que nos lleva a perseguir el horizonte más allá de las estrellas. Aún se escucha en las laderas de Caracas su grito de combate (Ana Karina Rote Amucon Papororo Itonato) que significa: “Solo nosotros somos gente. Aquí no hay cobardes y nadie se rinde. Esta Tierra es Nuestra”. Pero nada de esto aparece en nuestros símbolos de Caracas. Entonces, ¿no vale la pena hacer una revisión y proponer un acto de justicia simbólica? Preguntémosle a la gente: ¿Los caribes o el león?
*Director General de la Oficina del Cronista