Por Jair de Souza*
Con el inicio de la nueva administración de Donald Trump al frente del imperio estadounidense, entró en vigor la «era de los tarifazos». Además del habitual uso de amenazas a través de la fuerza militar, el recién investido presidente gringo también comenzó a priorizar la aplicación de aranceles aduaneros adicionales a la importación de productos de países que se muestran reacios a cumplir con los lineamientos trazados desde la Casa Blanca.
Sin embargo, lo que más me ha angustiado es observar cómo reaccionan algunos analistas a las medidas ya adoptadas y a las que se van a tomar. Aunque, en muchas ocasiones, las indignaciones expresadas parecen provenir de sinceras motivaciones de preocupación, en otros casos dejan a un lado todo lo que la experiencia histórica nos enseña.
He oído y leído que, al final, todas estas tarifas adicionales acabarían penalizando a la población de los propios Estados Unidos de forma mucho más rigurosa que a la de los países blancos de las sanciones impositivas. Como consecuencia, al sobregravar los productos importados, los efectos internos serían muy negativos, ya que se traducirían en aumentos sustanciales en los precios de los bienes de consumo. Como resultado, la inflación alcanzaría niveles inaceptables para los ciudadanos de esta nación.
Lo que me parece falaz en muchos de los análisis que he encontrado es que, de una premisa basada en la verdad, se avanza a una conclusión que tiende a resultar falsa, como trataré de aclarar más adelante.
Además, a pesar de tener apariencias de inconformidad y rebeldía en relación con el autoritarismo emanado del mando imperialista, el tipo de enfoque al que me refiero termina abriendo las puertas para que se aplique el mismo razonamiento con el fin de detener la lucha que libramos en los países periféricos para romper los lazos de dependencia que nos mantienen atados a los designios de las grandes potencias imperialistas.
El argumento utilizado para desaprobar la agresiva política arancelaria de Trump es incoherente, no por pronosticar que habrá un aumento significativo en el costo de vida de la población de Estados Unidos, sino por creer que esto necesariamente debe convertirse en un factor que genere un estado de insatisfacción de la mayoría de su población con su gobierno.
Para quienes se apegan a los postulados del neoliberalismo económico, la conclusión anterior puede incluso tener sentido. Pero no para los que entienden que, si han sido debidamente convencidas, o ilusionadas, con la sensación que las lleva a creer que están recorriendo un camino que las conduce a un futuro mejor, las personas son propensas a aceptar ciertos sacrificios, que en condiciones normales rechazarían. En tales situaciones, las masas se mueven mucho más en función de las expectativas del bien mayor que debe lograrse en una etapa posterior.
Por ello criticamos la postura de los que se oponen a las propuestas que buscan expandir, intensificar y modernizar la capacidad industrial de los países de la periferia del mundo capitalista, una vez que son esas estruturas industriales de sostenimiento lo que les podrá propiciar condiciones más favorables para garantizarles la autonomía y el respeto de parte de las naciones ya desarrolladas. No obstante, en el caso de Brasil, el discurso utilizado para justificar nuestra abdicación de la reanudación del proceso de industrialización suele salientar que, al embarcarnos en una política de este tipo, en realidad estaríamos perjudicando a nuestra población en su conjunto, obligándola a pagar más por productos que se podrían comprar a precios mucho más bajos de naciones que ya tienen parques industriales técnicamente avanzados.
Según esta visión, lo más conveniente para Brasil, por ejemplo, sería que nos concentráramos en actividades en las que nuestra capacidad de producción esté en mejores condiciones para competir con otras naciones en el mercado internacional. Ante esto, en nuestro caso, no habría nada más adecuado que darle prioridad y apoyo al agronegocio para que siga produciendo commodities para la exportación, puesto que, en cuanto a esto, por ejemplo, somos imbatibles.
En el caso específico de los Estados Unidos, creo que es equivocado contar con el surgimiento de un gran movimiento de insatisfacción en contra de los gobernantes en función del aumento de la tasa de inflación por la sobregravación de las importaciones. Esto se debe a que, en un país donde la clase trabajadora no cuenta con sindicatos con tradición de lucha clasista y, aún menos, con partidos políticos relevantes, hay siempre muchas posibilidades de que se manipule el descontento popular de modo a que favorezca a las propias clases dominantes.
A su vez, como las alegaciones a que se recurre para justificar los tarifazos explicitan el objetivo de reactivar el parque industrial de la nación, pueden difundirse junto a la población las perspectivas de que habrá en un futuro cercano significativas mejoras en las condiciones de vida de la debilitada clase trabajadora de ese país. Así, se abre un espacio para que los trabajadores vengan a aceptar resignadamente los sacrificios vislumbrados para el momento.
Entonces, no es para nada fortuito que una buena parte de la clase trabajadora haya dado su aval y, efectivamente, votado por Trump. Esto tiene que ver, en gran medida, con la expectativa de recuperar los empleos en la industria que se han perdido desde que la globalización comenzó a dictar el rumbo de la economía en esta nación norteamericana.
Por lo tanto, si están convencidos de que este es el destino hacia donde se dirigen, estos trabajadores ciertamente estarán dispuestos a soportar momentos de deterioro de su poder adquisitivo. Aunque, en última instancia, los factores económicos son determinantes en el comportamiento de los agentes sociales, esta determinación no ocurre de manera mecánica e instantánea. En este caso, es probable que la inclinación de respaldar la acción del gobierno se mantenga mientras persista entre los trabajadores la sensación de que el objetivo aludido es válido y alcanzable. Por eso, a menos que haya otra perspectiva de mayor relevancia que induzca a estas masas en otra dirección, o que ellas se decepcionen con la de ahora, no me parece probable que vayan a indisponerse en el corto plazo con las orientaciones trumpistas.
Hay que analizar la feroz persecución desatada contra los inmigrantes de los países periféricos por la misma óptica. Evidentemente, elevarlos a la categoría de causadores máximos de las desgracias sociales existentes en los Estados Unidos es una injusticia ignominiosa y sórdida. Pero, no nos basta que entendamos esto. Necesitamos que la mayoría de su población también comparta este entendimiento. Y, reconozcámoslo, no es una tarea sencilla, en un país casi desprovisto de organizaciones populares con conciencia de clase y totalmente sometido a la influencia de los grandes conglomerados digitales de manipulación de la información.
Lamentablemente, hoy, tanto en Estados Unidos como en gran parte del mundo subordinado a sus directrices, las corrientes políticas de la extrema derecha gozan de condiciones aún más favorables que las que tenían en la época de la Alemania hitleriana. Y, con la unificación de las grandes redes digitales en torno al trumpismo, los nazi-fascistas de hoy (incluida su variante sionista) han adquirido una capacidad hasta ahora inimaginable para propagar selectiva y eficientemente todo el odio necesario para sedimentar en el imaginario colectivo los chivos expiatorios tradicionales, que simbolizan los enemigos comunes contra quienes hay que descargar la ira y las frustraciones sociales. Y no cabe duda de que los trabajadores inmigrantes de países fuera del núcleo central del Occidente capitalista cumplen esta función.
Por lo tanto, mucho más que contar con las contradicciones que emanan del corazón del imperio para que nos brinden las condiciones para derrotar las políticas neocolonialistas del neonazismo trumpista, tenemos que entender que es nuestra capacidad de forjar una alianza entre los pueblos de las naciones tradicionalmente expoliadas lo que podrá ser decisivo para garantizar nuestra independencia y soberanía.
En mi opinión, el movimiento unitario internacional de rechazo a los tarifazos y otras agresiones imperialistas también tendrá que retomar la lucha para acabar con el sistema monetario aún vigente, porque es esto lo que le da a los Estados Unidos las condiciones para imponerse parasitariamente a todas las demás naciones del planeta. Tal y como funciona hoy en día, tenemos algo parecido a un titular de una cuenta bancaria que recibe una chequera sin límites de gastos y sin la obligación de cubrir los dispendios en los que incurre, puesto que estos quedan como responsabilidad de todos los demás titulares de cuentas de dicho banco.
Si somos capaces de unirnos en torno a estos temas, estoy seguro de que tendremos fuerza suficiente para impedir el avance de este proceso abusivo de tarifas punitivas, así como para revertir los casos que ya se han producido. Más importante aún es sentir que nuestra unidad puede incluso generar condiciones para que los sectores populares dentro de los propios Estados Unidos comiencen a participar en la lucha de nuestro lado.
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*Jair de Souza, Economista egresado de la UFRJ, Máster en Linguistica, también de la UFRJ. Analista político. Brasil. BLOG DEL AUTOR: Jair de Souza*
