Por:Fernando Cruz Kronfly

Hace apenas unos días remití, para su difusión, un texto ensayo sobre la violencia en la especie humana. Fue difundido con la más elevada generosidad y allí quedó para la efímera posteridad, ahora que la gente no tiene siquiera un minuto para leer los chats.
Pero, algo me dice que escribir apenas un ensayo encaminado a entender el genocidio en Palestina, no está a la altura de lo que está pasando. Todo indica que Netanyahu no va solo en busca del control de la franja de Gaza, sino detrás de un genocidio de limpieza y borrón étnico. El objetivo no es la franja, sino el pueblo palestino. Y lo poco que quede con vida deberá ser asumido por los países árabes o quién sabe por quién.
Ante esto, he pensado que la teoría se queda corta porque intenta colocarse por encima de los sentimientos, en busca de rigor y objetividad. Entonces, ante la impotencia y el cinismo Occidental, y delante de una ONU que ha rodado al vertedero y que anda por los arenales como una niña perdida, y puesto que ya no queda siquiera un madero para aferrarse a él en la noche de los naufragios, ha brotado en mí la necesidad de escribir algo parecido a un poema.
BENJAMÍN, BENJAMÍN:
Dónde vas con tus ojos de bruces caídos en lo demacrado,
Allí fundidos con lo siniestro, allí sumidos.
Qué hiciste de mí.
Le has partido el corazón a la humanidad otra vez,
Una vez más esta desolación enseguida del ya viejo Auschwitz.
Cuántas veces el corazón de la humanidad
Podrá partirse más.
¿Dónde hallará la humanidad un corazón
que no sea de arcilla, de harina en polvo, de porcelana?
Una vez y otra vez más qué hiciste de las niñas
Y los niños, Señor,
De las mujeres y los hombres inocentes envueltos en trapos,
Señor Benjamín.
El Auschwitz tuyo fue apenas análogo y aún la humanidad tiene
El corazón roto en pedazos.
Acabaste con la confianza en la especie humana otra vez.
La ONU rodó al vertedero
Y anda por el mundo como una niña perdida.
Y ya no queda nada parecido a un madero en la noche
Del aciago mar de los naufragios.
En Auschwitz quemaron muñecas
Abrazadas a las niñas que les pedían socorro
Durante la andanada de la noche del mundo
Sobre sus vidas.
Y oíamos aquellas mismas muñecas de los viejos tiempos
Gemir y cantar en el aire sagrado de Gaza,
Allá abajo entre caras polvorientas.
Sus brazos, su griterío, su corazón,
El beneficio de sus respiraciones ya no parecían ser cosas de este mundo.
Aquel ahogado cantar se hundía en la franja profunda
Delante del mar como una luz azul
Que se negaba a comprender las tinieblas.
Ahora era el asunto de la limpieza étnica en aquella franja
Habilitada como cementerio
A la orilla del mar más lindo de este mundo.
Y vimos que Benjamín segaba a modo de un trigal violeta
El horizonte con su hoz y su guadaña.
Venía en busca del cantar y el musitar
De las muñecas ya en migajas
Y vimos que el Señor de las profecías bullía mediante su aparecer en el horizonte y se devolvía
De la mano de un perro pastor alemán de bigote ralo.
Y era como si el hocico del perro se expandiera
A través de la niebla del mundo
En busca de las dulces babas de Eva
Que tampoco eran ya cosas de este mundo.
Benjamín cantaba y soplaba el shofar
Arrancado de raíz a sangre fría y viva por él mismo
De la testuz de un macho cabrío debidamente purificado.
Y traía también Benjamín bajo el brazo el libro sagrado
Y el Tanaf.
La ONU le había adjudicado el cementerio
A la altura de sus merecimientos,
Y de alegría él venía en el soplar de la cornamenta del macho cabrío
Entre tumbas y túmulos aún tibios por el vivir y el morir.
Avanzaba en su reino el Señor por la tierra prometida falseada por él,
Ultrajada por él.
Tierra umbría y yacente en la devastación a sus pies.
Haz tuyo el camposanto, dijo Occidente,
Lo has merecido tanto,
Falta poco para que allí sea absoluto el sufrimiento.
Eres nuestro portaviones de tierra reseca y de arena.
Y entonces Benjamín respiró aquel aire espeso enrojecido
y danzó el Rikud,
Y el Haba Nagila de los tiempos viejos.
Venía el hombre tras la urgencia de cavar su nueva morada
Y pasarse a vivir en el adentro más profundo
De aquella tierra que ya empezaba a oler
Del modo como huelen las vidas y las cosas que han sido enmudecidas.
No había en el mundo otra tierra mejor y más propicia
Para la mitigación del hedor de sus más queridos sueños.
Y veíamos que Benjamín traía una pala
Amarrada al lomo del perro pastor alemán
Que lo pastoreaba como a una oveja más
Nacida del rebaño de la naturaleza amarga.
Y era de ver que ambos se apoyaban el uno en el otro
Y se sonreían por la esquina de sus ojos mutuos.
Y se decían al oído lo bien que lo habían hecho
Sin el estorbo de la piedad.
La vida los había llevado a merecerse.
Ambos parecían hablar la misma lengua de los hechos cumplidos,
Acordada en presencia de la salchicha, la cerveza berlinesa
Y los dientes de ajo crudo y viviente entre los desprendimientos
Y los gajos de pan.
Benjamín ladraba y el perro daba a conocer sus propias profecías
Eugenésicas, de elevado racismo.
Cómo se comprendían,
Cómo se resumían el uno en la corcova del otro
Convertidos en la misma cosa esencial.
Y mientras el perro aullaba a la luna esparcida
En desprendimientos blancos sobre las ruinas,
Agitado Benjamín tocaba el címbalo de los jubileos.
Y veíamos cómo la pala iba con afán por delante en busca de un lugar
Para hundirse y a solas quedarse a vivir.
Anhelaba trabajar en equipo con la nueva y arcaica bestialidad
Renacida en el Siglo XXI
En aquella tierra sagrada que ya empezaba a oler mal de tanto sufrir.
Y esparcía sobre las ruinas el aliento de las cosas más calladas del mundo
En la cara del griterío de los pájaros que ojeaban el mar.
La novedosa morada de Benjamín
Debía abrirse en la tierra profunda caída en la oscuridad
Transparente de las neblinas
Que venían y se iban así nada más sobre los vapores del mar.
Como nadie en el mundo el Señor anhelaba quedarse a dormir
Abrazado al cantar y el gemir de las muñecas
Para él a su justa medida en pedazos.
El Señor deseaba ser consolado por el desespero de las niñas
Y el jadeo de los infantes
Cuya luz él mismo había segado como a los trigos ocres,
Como se siegan las cebadas perplejas,
Todo ahora desposeído de los beneficios
De las respiraciones.
Y el jadear de las muñecas
Llamadas a consolar el sueño del airoso habitante
De las nuevas profundidades nunca antes conocidas,
Salvo en Auschwitz.
Traía Benjamín de regalo para las criaturas ya en silencio
Una ofrenda de mariposas oscuras,
De insectos desgarrados de la telonera estrellada
Que sellaba el teatro de la noche del mundo.
En buena hora lombrices, larvas y gusanos
Para el jugar de las criaturas.
Que era lo menos que él podía ofrecer a los desfallecidos
En uso y despliegue de su más elevada bondad y sinceridad.
Y siempre a un costado del Señor
El perro pastor alemán de bigote ralo
Con su cojera
Dispuesto a husmear las alambradas de salida
A la plataforma de las locomotoras ya en musgos y sombras.
Y veíamos la réplica de las rampas de bienvenida a los trenes
Cargados de inocentes
Luego de la noche macabra de los cristales rotos.
Y oíamos el estallido de los hospitales y las escuelas
Y el gemir de los recién nacidos queriendo conocer aquella luz del mundo Espigada un día de la masa informe de las tinieblas,
Luz diferente del fulgor de los alumbramientos archiconocidos.
Y el asunto no era en contra los combatientes
Sino en contra de los inocentes,
Haciendo de ellos un largo y pormenorizado sufrir.
Por los jardines en redondo del nuevo Auschwitz renacido
Corrían las madres con sus crías al hombro
En busca de un poco de tierra a la mano
Para allí detenerse a desayunar polvo con ceniza y elevar clamores
Sin ilusión.
Y echar a volar plegarias en procura de los milagros y las resurrecciones.
Y había tulipanes de antiguos otoños para las tumbas
De cara al mar de luz azul
Que todavía se resistía a comprender las tinieblas.
Y veíamos a los pueblos judíos huir de sus jefes
Y gritar a Señor Benjamín que no hiciese lo suyo
Jamás en el nombre de sus limpios, antiguos y pulcros nombres.
Y de esta manera vinieron los días en que el llanto enloqueció
Y se puso a reír, según el poeta árabe;
Y fueron también los tiempos en que la risa enloqueció
Y se puso a llorar.
Y en medio de todo y lo demás que ya se venía encima
Oíamos la pala de Benjamín
Cavar su propia ropa de dormir en la tierra y de fango
Que lo vestían
En el centro corazón del cementerio de su autoría.
Y escuchábamos cómo en su alegría Benjamín soplaba sin cesar
La flauta de sus alegrías
En la corcova misma de los túmulos ya habitados
Por recientes osamentas y costillares blandos
Aún embebidos en el hogar de sus placentas y nacimientos.
Y veíamos los ojos desplegados y negros de las niñas palestinas
En su deambular por los escombros
Desposeídos de su más lumbrosa luz.
Y era de oír allá en la tiniebla el ahondarse de la pala al cavar
El aposento del visitante memorable al lado de los escombros
Que recibían en la noche el enjuague azul oscuro del mar.
No habría en esta franja duchas propicias para el gas zyklon B,
Tampoco hornos ni crotorar de cigüeñas de primavera
En lo alto cabizbajo de las chimeneas.
No habría ceniza de inocentes fertilizantes
Cosa de llevar en volquetes
Rumbo a los huertos de Berenjenas
Y canastas de hortalizas para el montaje de las ensaladas
Como en las oficinas y las siembras
Alambradas de los tiempos de Auschwitz.
Las persianas de la nueva morada de Benjamín
Mirarían hacia los párpados todavía insinuantes de las criaturas
En dirección a un patio sumido en las oscuridades que venían del humo
Ablandado por los dolores.
Ante este despliegue de cantos y lamentos
Benjamín y el perro pastor alemán que lo pastoreaba
Pasarían a solas las noches más felices.
Y por encima de la lejanía de las casamatas y las construcciones
Ya por el suelo,
Podríamos ver cómo los espléndidos pueblos judíos
Huían de sus jefes soplando también el milenario shofar.
Y veíamos que esos mismos pueblos judíos
Comían dátiles de la mano de los pueblos moros
Y los pueblos cristianos
Como en los tiempos de la Al-Andalucía.
Y oíamos que los pueblos moros y los pueblos cristianos
Partían pistachos que en sus valijas traían de obsequio
Los errantes pueblos judíos lavados por la arena
Más tibia y linda de los desiertos,
Y por la polvareda más pulcra y tibia de este mundo
Sobre las ropas blancas.
Y oíamos que al caer las tardes
Cada pueblo se reunía a murmurar lo sagrado,
A leer en silencio y sin mirar a los ojos de nadie
La sabiduría y el consuelo habido en aquellas hojas arcaicas
Que todavía daban sentido milenario a sus vidas.
Y que de las bocas que oraban y producían clamores subía al cielo
Una sinfonía en forma de cajas de colores
Como en los tiempos de las escuelas
Y los más profundos desasosiegos y cantos humanos
Que brotaron de los adentros de las bocas
Y las lenguas de esta tierra,
Nunca del todo suficientemente conocida.
Y oíamos aquella polifonía
De variopintas desesperaciones humanas.
Y era de ver que el pan palestino
Y los peces venidos de las grandes aguas galileas
Se multiplicaban de dolor ante el gentío reunido en torno de lo necesario
Y de la fatiga y el hambre.
Y que morían ahogados de alegría y generosidad
En las cestas de mimbre.
Pero oíamos que, entre tanto,
Benjamín seguía recibiendo lecciones y cartillas
Del perro pastor alemán que lo pastoreaba,
Tuntunientos ambos y perdidos como niños podridos
En la noche del mundo
Que los engullía.
Cuánto había aprendido ya de él Benjamín:
Lo esencial, lo fundamental del sufrimiento
Sin apenas darse cuenta de su propia desgracia.
Y era sobrecogedora entre ambos aquella similitud
Esencial, tan natural.
Aquella identidad de espíritus,
Aquella maldad salida como gusanera de las entrañas,
Aquella banalidad.
Siguenos en X …@PBolivariana
