Por Lucero Martínez Kasab / @lucerokmartinez
En 1689 el filósofo, médico, inglés, John Locke, escribe exiliado en Holanda un texto donde toma la situación política de Inglaterra y Europa como quien desenreda una madeja de hilos de muchos colores para irlos organizando con un gran sentido práctico, impecable, con el fin de contribuir con la paz de Inglaterra y de toda Europa, se llama Carta sobre la tolerancia, con unos apartes luminosos, muy olvidada en las universidades donde se enseña el pensamiento político moderno pero, tuve un profesor apasionado por las ideas políticas que la llevó a nuestro salón de clases, se frotaba las manos cuando en mesa redonda los estudiantes la analizábamos. A mí me encantó y, desde entonces, la comparto, como ahora cuando el sionismo comete un genocidio contra el pueblo de Palestina.
Locke, va sacando de la madeja de su tiempo los hilos de las virtudes, los hilos de los defectos humanos; los del fervor religioso, los del ateísmo; los de las ansias de dominación de la Iglesia, los de la ambición de poder de los monarcas; los de la vida espiritual, de la vida terrenal; de la vida privada, de la vida pública; de la represión, de la libertad; del dogmatismo y los de la pluralidad desenredándolos uno por uno para contribuir con un orden basado en el uso de la razón. Este filósofo derrumba la pretensión de uniformidad por parte de ciertos humanos de la Iglesia o del Estado, abre las compuertas de la diversidad de pensamiento, se pronuncia en contra de lo absoluto en favor de la pluralidad exhortando al gobernante a concederle espacio a la disidencia para evitar la rebelión – como todo un psicoanalista- que la explica como una manifestación del alma terrenal: la opresión. Advirtiendo que cuando la humanidad es apremiada por pesados fardos, se esfuerza por sacudir el yugo que la oprime. Su Carta se convierte en toda una disección del espíritu de aquellos donde no florecerá jamás la idea de libertad y la de otros que, entendiéndola, pondrán toda su disposición para que ella exista.
Su idea brillante de entregar libertad al hombre pasa antes por otra igual de lúcida: la distinción entre la esfera del gobierno civil y la de la Iglesia porque, descubre, que es por la confusión de los objetivos de cada uno de esos dos grandes poderes que se suceden las guerras pues, ambos tratan de esclavizar al hombre. Para poner las cosas en su sitio separa los asuntos de esta vida y los asuntos de la del más allá. Para garantizar la libertad del hombre en esta vida está el gobierno; para la de la otra vida está la religión. A la Iglesia la conmina a la mayor virtud: a ser tolerante con las creencias de las personas y a ocuparse solamente de la vida del más allá y, dejarle al gobernante los asuntos de esta vida terrenal. El gobierno debe tener leyes que el ciudadano firmará no para ser sometido sino para ser defendido en su vida, su libertad y sus bienes en condiciones de igualdad como los demás.
Es notorio su gran conocimiento del espíritu humano, de psicología, al advertir que las leyes se necesitan para proteger a los humanos tolerantes, amplios, caritativos y de buena voluntad de otros depravados, rapaces, ávidos de poder, manipuladores, avaros, dominantes, incendiarios, codiciosos, arrogantes, fanáticos; podemos inferir, entonces, cómo desde hace siglos ya los grandes pensadores alcanzaban a darse cuenta de la importancia de la personalidad de los líderes para la construcción de la sociedad. Cuánto han servido sus aportes para la fundamentación de la democracia, sin embargo, casi cuatro siglos después, a pesar de las leyes, a pesar de haber clarificado la razón de ser de la religión y del gobernante todavía nos seguimos matando entre nosotros como lo hace Israel con Palestina por motivos religiosos en este octubre del 2023.
El apoyo de los diferentes pueblos del mundo a Palestina por el genocidio que hoy comete Israel bombardeando hospitales, iglesias, refugios, etc., en Gaza contrasta de manera franca con la indulgencia hacia Israel por parte de los gobiernos de EEUU, de Francia, de Alemania. Esas manifestaciones multitudinarias constituyen un consenso que debe ser tenido en cuenta y que señala el horizonte político anhelado por la mayoría de la gente en el mundo. Los países reunidos en la ONU deben insistir a más no poder en los acuerdos internacionales, en el Derecho Internacional Humanitario. A estas alturas del siglo XXI no es posible seguir argumentando e imponiendo motivos religiosos para conformar Estados que atenten contra la diversidad humana sea ella cual sea. Los pueblos indígenas, los originarios, los que recibieron un atropello cultural brutal con la llegada de los españoles empuñando la cruz –un símbolo religioso- a lo que rebautizarían como América han acatado las leyes de Occidente, no han impuesto su religión al mundo, han mantenido sus creencias para ellos mismos; así debe suceder con todos los credos en todos los Estados. El sionismo ha impuesto una creencia íntima de sus integrantes para obligar a una organización como la ONU a la conformación de un Estado a costa de un pueblo. Ninguna idea religiosa puede negar la vida del Otro y quien lo hace argumentando la religión se contradice dejando en evidencia, entonces, que actúa es pensando en esta vida y no en el más allá. ¿Y si los musulmanes, católicos y tantas religiones del mundo pretendieran un Estado basado en sus creencias religiosas?
El sionismo es un engendro que el mundo nunca debió permitir porque detrás de una idea religiosa, una creencia, una fe, que no tiene ningún asidero real y que pertenece al ámbito de lo íntimo personal lo que escondía era un proyecto civilizatorio de limpieza racial, de colonización, de genocidio. La ONU en 1948 se dejó imponer las ideas religiosas de un grupo humano por encima de los derechos en esta vida de un pueblo, lo que trasmutó en genocidio. Corregir ese error es tremendamente complicado porque, ya el sionismo está muy adueñado del territorio, por un lado y, por el otro, se ganó la animadversión regional y mundial.
Vale decir por qué es fundamental que los colegios y universidades de todo el mundo enseñen historia, filosofía, las humanidades: porque son las humanidades las que van recogiendo y narrando los tropiezos y progresos culturales del ser humano, las que viven recordándonos que nos debemos a principios éticos para vivir en comunidad ya que no tenemos un código genético social como los demás animales. Las humanidades son la conciencia, las que piensan, las que reflexionan, no como la técnica que es un saber hacer vacío de contenido. Los políticos deben ser estudiados, formados en historia de las civilizaciones para que se ubiquen en un contexto cultural y desde ahí ejecuten sus gobiernos con conocimientos de causa. Lo que está haciendo Israel hoy con Palestina es un retroceso de siglos del dominio de la razón por encima de la violencia cuando unos pueblos arrasaban a otros de manera inmisericorde.
El filósofo John Locke en su célebre Carta a la tolerancia de 1689 estableció los límites muy claramente: las leyes para esta vida, la religión para el más allá. No es la diversidad de opiniones, que jamás podrá ser evitada, sino el rechazo de la tolerancia frente a aquellos que tienen opiniones diferentes, que bien habrían podido ser respetadas, lo que ha producido todas las discordias y guerras religiosas en el mundo cristiano. Y como todo un profeta sentenció hasta dónde lleva una idea religiosa El único negocio de la Iglesia es la salvación de las almas, entonces, por fin, se ve lo que el celo por la Iglesia, unido al deseo de dominio, es capaz de producir, y cuán fácilmente la pretensión de la religión, y del cuidado de las almas, sirve de capa a la codicia, la rapiña y la ambición. Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel y comandante de este genocidio, como un bárbaro Atila, no dejará volver a brotar la hierba en Palestina.
* Psicóloga. Magíster en Filosofía – luceromartinezkasab@gmail.com
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