¡“Negro, hijo de esclavos”!, le gritaron, creyendo ofenderlo. Luis A. Robles, entonces representante en el Congreso, respondió con una orgullosa defensa de la “raza redimida por la República” que le ganó los aplausos de la barra. Era 1876, y pronto el presidente Aquileo Parra lo nombraría ministro del Tesoro: contaba sólo con 26 años de edad.

Nacido en Camarones (Guajira) en 1849, el negro Robles tuvo una carrera pública llena de éxitos, después de haberse graduado en jurisprudencia en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario: diputado y presidente del Magdalena, ministro, director nacional del liberalismo, solitario congresista de su partido –elegido por Antioquia– en 1892 y 1894. Enseñó leyes, escribió en periódicos, publicó libros y fue rector de la Universidad Republicana. Una vida rica que se truncó joven, antes de cumplir 50 años.

Los perfiles que de él nos dejaron quienes lo conocieron –Antonio José Iregui, Julio H. Palacios, el mismo Parra– destacan su carácter reflexivo y moderado, su inteligencia y conciencia del deber, su equilibrio y aplomo en una oratoria de oposición que era escuchada con respeto por el gobierno.

Estas y otras facetas de su vida se recogen en el libro del ex magistrado Jacobo Pérez Escobar, El negro Robles y su época, escrito originalmente en 1949 y cuya segunda edición se presentó en días pasados, en conmemoración del día de la Afrocolombianidad (21 de mayo).

Robles no fue el único evocado en los eventos conmemorativos del Museo Nacional y la Casa de Nariño. En el primero, Vicente Pérez Silva habló sobre Sofonías Yacup –congresista en 1924 y codirector, con Benjamín Herrera, del Diario Nacional–. En el segundo, Otto Morales rindió homenajes en sus centenarios a Manuel Mosquera, Adán Arriaga y Diego Luis Córdoba, mientras Betty Osorio y Cicerón Flórez presentaron sendos libros sobre la cultura afrocolombiana.

Ninguno de estos actos –según las palabras de la Fundación Color en el Museo Nacional– estuvo dirigido “solamente a la población negra”, sino a todos los colombianos. Fueron manifestaciones de “autorreconocimiento y reconocimiento de los otros”, como la base de una mayor incorporación en la sociedad. En la Casa de Nariño, los miembros de la Fundación Color propusieron una “nueva visión de integración y desarrollo de los afrodescendientes en el destino de Colombia”, de compromisos recíprocos entre el “Estado, la sociedad y la población negra”.

Son retos que merecen respuestas y apoyo. Entre los compromisos señalados al Estado y la sociedad, “además del reconocimiento masivo y erudito del aporte negro” a la nacionalidad, resalta la imperiosa necesidad que “los indicadores sociales promedio de la población negra exhiban una igualdad básica frente al promedio de la población colombiana”. Se trata de un requisito mínimo para una sociedad justa, sin discriminaciones. Creo que la visión que propone la Fundación Color tiene profundas inspiraciones colombianas, alejada de la cultura de “guetos” étnicos propiciada en círculos de los Estados Unidos –criticada con lucidez por Arthur Schlesinger en su libro The Disuniting of America–. Una visión de la afrocolombianidad que se inspira en la vida de Luis Antonio Robles (quien, de paso, nunca hubiera podido ser ministro en los Estados Unidos de su época).

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Amylkar Acosta Medina (Carta al Diario El Espectador)