Dondequiera que pisó dejó claras huellas de lealtad
En esa ocasión el día se había despertado luciendo la boca pintada de felicidad y por las comisuras expeliendo el fascinante aroma de la vida. La consulta odontológica inició puntual y ordenadamente. A eso de las once de la mañana el característico timbre del teléfono interrumpió la tranquilidad del recinto. Lidia, la eficiente auxiliar, levantó la bocina y contestó: Buenos días, consultorio del doctor Jorge Carrascal a la orden. Es la empleada de su casa, y dice que hay un señor que quiere verlo y que si lo hace entrar mientras usted llega. Dígale que sin saber quién es no puede hacerlo seguir; que le ofrezca algo de tomar. A las doce termino la consulta y voy enseguida.
Detuve el carro a media cuadra para tratar de identificar al personaje que se paseaba inquieto frente a la casa. Boina oscura, una visible cojera al caminar, un repetido y malicioso movimiento de la cabeza hacia los lados que denotaba desconfianza, camisa de manga corta a cuadros, pantalón desteñido y sin planchar, zapatos de caucho de color azul o quizás negro. A pesar de todas esas señas, me resultaba difícil descubrir quién era el hombre. Decidí arrimarme aún más, y supe entonces que se trataba de Alfredo Ojeda Awad. Me bajé a toda prisa del Toyota, nos miramos y se escucharon dos gritos que antecedieron al interminable abrazo: ¡Tigrillo!… ¡Carrucha!
Su inesperada llegada coincidió con el día sábado cuando yo apenas laboraba en horas de la mañana, de manera que la tarde se convirtió en una interminable cadena de diferentes anécdotas, recuerdos, cuentos y, ¡no podía faltar!, música ocañera. Hacía cerca de unos quince años que no nos veíamos, y en este transcurso de tiempo él se había ido para Cuba a estudiar medicina en la Universidad de La Habana, en tanto yo había conformado una familia con Gloria Salive y dos hijos que terminaron siendo tres. En medio de los vaivenes que tiene la vida, el Tigrillo se enroló en las filas de la guerrilla del ELN en la que permaneció entre uno y dos años. Allí contribuí con mis conocimientos médicos, y puedo decir a ciencia cierta que jamás maté a nadie, por el contrario sané y salvé a varios. En un violento enfrentamiento que hubo con una avanzada del ejército en la Serranía de San Lucas, fui impactado por una bala en la pierna derecha. Quedé tendido en el terreno, adolorido, sangrante y abandonado porque los demás huyeron en busca de protección.
Al día siguiente, como pude, cojeando llegué hasta una modesta choza de paja que después me di cuenta que estaba habitada por dos sencillos, humildes y harapientos pero aseados campesinos. Siga joven, dijeron al verme maltrecho y jadeante. Entré, me acomodé en una tabla y dos troncos que servían de banca y comencé a quitarme el torniquete que había hecho para no desangrarme, me prepararon agua tibia con sal para bañar la herida. Es bendita para curarlas, aseguró Magnolia la activa compañera de Margario con el que había conformado una bonita, servicial y bondadosa pareja. Vea joven, puede quedarse hasta que se sienta bien, autorizó él cortésmente. En la semana que permanecí con ellos me puse a pensar en mi situación. No estaba conforme con los recientes lineamientos políticos de la guerrilla. Se había convertido en un grupo secuestrador, cruel y sin acogida en la población por sus actos vandálicos.
Del ideario filosófico inicial ya poco quedaba. Fabio Vásquez Castaño, el fundador del ELN, fue destituido del comando guerrillero, y en 1.974 partió a Cuba llevándose una gruesa suma de dinero, y se asiló. De su distanciamiento con el ELN hay por lo menos dos versiones. De un lado, están quienes aseguran que fue debido a las críticas que despertaron las ejecuciones que practicaba. En la otra orilla están, concretamente, quienes creen que todo fue consecuencia de los graves problemas de salud que tenía producto de enfermedades como la leishmaniasis, el paludismo, la malaria y las úlceras gástricas propias de su condición de combatiente. Todos esos sucesos me llevaron a tomar la decisión que debía abandonar la guerrilla e incorporarme de nuevo a la vida civil como médico una vez la Universidad Nacional de Colombia haya validado el título. Con la bala alojada en la pierna partí rumbo a Cartagena con el firme propósito de que me la extrajeran pero por razones de seguridad, doctrinarias o discrepar con el ideario guerrillero no quisieron practicarla. Pienso que en Bogotá voy a encontrar colegas más considerados, solidarios y temerarios. Lo que sí conseguí fue una nueva cédula con otro nombre -lo vi y leí-: Álvaro Lobo Milanés. Debo cuidarme de la policía y de los antiguos camaradas que deben estar detrás de mí como hambrientos perros de cacería parecidos a los que llevaban Luís y Rafael Álvarez, Emel Arévalo y Jorge Jácome en las correrías por tierra caliente. Pero no te preocupés Carrucha, ahí voy con paso lento pero seguro.
Gloria le habría explicado a Alfredo: en el segundo piso está el cuarto de huéspedes listo para que te acuestes después de compartir con Jorge. Al día siguiente Gloria se levantó temprano como era habitual en ella, y fue a despertarme bastante alarmada: ¡el Tigrillo no aparece en la habitación!. Me paré en un santiamén, y comencé a buscarlo por las otras piezas y nada. Bajé al primer piso y ¡uf! ahí lo encontré tirado en el piso, roncando y sin nada encima que lo protegiera del frío. Esperamos a que se despertara por voluntad propia. Y no faltó la esperada pregunta: ¿Qué pasó Tigrillo que no dormites en el cuarto sabiendo que había una buena cama, colchón y cobija?. Peinándose con la mano el escaso cabello, y sin mostrar afán ni alineación alguna del pelo, contestó como cosa natural: Es que en la guerrilla acostumbramos dormir en el suelo, encima de hojas de murrapo o de plátano. Y en una colorida y resistente hamaca de Morroa, solamente la preferida y consentida guerrillera de turno.
El domingo en la tarde nos fuimos a las afueras de Ibagué en busca del famoso restaurante típico “Mi botecito” para que probara uno de los dos platos tradicionales: pechuga de pato a la naranja, y conejo con salsa de mandarinas, cardamomo y jengibre. Sentados en torno a la mesa le consulté a Alfredo ¿cuál te gusta?. Me podés servir lo que sea que yo comí todo lo que camina, nade y vuele: ranas, coroncoros, micos, chuchas, culebras, ñeques, iguanas, loros y hasta chulos. Los cazábamos, salábamos y metíamos en el morral para comerlos asados cuando se permitía o simplemente crudos porque la fogata y el humo podían delatarnos, contestó sin ninguna presunción. Sentado duró poco, en cambio se mantuvo parado, caminando de un lado para otro, mirando todo lo que estaba alrededor, acariciando y oliendo las flores, charlando fluidamente con niños, adultos y empleados, hasta que sirvieron la bien presentada y fragante comida. De bebida nos trajeron un frío y espumoso refajo.
Como a las diez de la noche del lunes, sin cruzar palabra y apesadumbrados, lo llevamos hasta el terminal de buses. Se subió en un Rápido Tolima. Sentado frente a la ventana vimos cómo agitaba la mano derecha en señal de despedida, y con la otra secaba las lágrimas que le rodaban por las mejillas. Igual cosa hacíamos Gloria y yo.
JORGE CARRASCAL PÉREZ / Ibagué marzo 20 de 2020
Adición/. Habrían pasado tal vez unos quince años desde aquel narrado y memorable encuentro cuando recibí una sorpresiva llamada telefónica del Tigrillo. Se le notaban las ganas de saludarme y hablar conmigo. Tal vez no exagere si digo que lo escuché agitado y lloroso. Continuaba dando las gracias por los momentos vividos en Ibagué. Me pidió que le pasara a Gloria para saludarla. Quiero decirle que la amo, recuerdo y extraño, precisó. Con mi esposa Jeannette Rochel y dos hijos varones estoy viviendo en una finquita cerca de Villavicencio, por la carretera que va para Restrepo. ¿Por qué no venís con Gloria, tus hijos y pasan unos días con nosotros? Y surgió entonces la respuesta mentirosa y ladina del que no piensa cumplir: El día menos pensado te caemos Tigrillo.
Pasó el tiempo y no sé quién me dio la funesta y triste noticia que, el 9 de junio de 2016, a la edad de 67 años, Alfredo, según dijera su hermano Alonso en el postrer adiós: El rayo de la muerte fulminó el corazón, tierno y bueno, de mi querido hermano Alfredo. Actualmente sus cenizas reposan en el cementerio de Ocaña al lado de Pedro Julio, su papá. Esa fue su textual voluntad. Y la mía: Jamás olvidar al admirable ser que encarnó el Tigrillo.
