Uno de los peores males que agobia a la sociedad colombiana, es el creciente dominio del sistema financiero sobre los sectores productivos, toda vez que los usuarios de esta intermediación monetaria acceden a la bancarización de las nóminas, volviendo al grueso de la población asalariada en cuentahabientes.
La más simple de las evidencias, es que las tasas de rendimiento bancario para ahorradores están en promedio por debajo del diez por ciento anual, mientras que el interés corriente para créditos de consumo oscila entre el veintiuno y el treinta y seis por ciento. Esta inequidad les permite a los banqueros obtener una proyección de utilidades para este año de casi ocho billones de pesos, que equivale al por ciento del vigente presupuesto de la Nación o tres veces el presupuesto anual del municipio de Cali.
En materia de vivienda, después de la caída de la Unidad de Poder Adquisitivo Constante (UPAC) que arruinó a tantas familias colombianas, se pasó al engaño de la Unidad de Valor Real (UVR), que disfraza el cobro de intereses al amaño de los banqueros, pues no es otra cosa que tasas de interés compuesto equivalentes a cobro de intereses sobre intereses, interés remuneratorio que se calcula sobre el UVR, liquidada el Banco de la República, que determina su valor para todos los días del mes y tiene la característica de incluir en su valor diario el Índice de Precios al Consumidor (IPC) o corrección monetaria del día anterior, catalogado por la ley como interés, permitiendo la capitalización de intereses, que la misma ley advierte está prohibido.
Este tema medular que explica porque la sociedad colombiana se encuentra actualmente en el cuarto renglón de desigualdad en el mundo y segundo en Latinoamérica, según el Informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, lo comprendí diáfanamente de la mano y hospitalidad del arquitecto Luis Enrique Escovar Giraldo, entrañable amigo a quien conocí y visite ingente cantidad de veces en Bogotá, en cuyo apartamento llegué como a mi propia casa a departir de su calidez.
Enrique se desempeñó profesionalmente como viviendista y como tal construyó muchas casas para familias pobres en Palmira (su tierra natal), convirtiéndose además en defensor de los usuarios agobiados por el UPAC hasta sus últimos días. Lo asistí jurídicamente para la interposición de demandas contra este perverso sistema financiero, ante el cual sucumben las altas cortes. En su trajinar político fue Diputado del Valle del Cauca, Gerente de la entonces exitosa Licorera del Valle, y Director del Fondo Nacional Hospitalario, en forma pulcra e intachable y sin ningún señalamiento. Fue un demócrata de convicciones liberales, luchamos palmo a palmo por la vigencia del ideario del denominado Partido del Pueblo, cuya fervorosa defensa le costó la vida a Jorge Eliecer Gaitán. Aspiraciones que la dirigencia liberal de siempre ha escamoteado y burlado con un discurso de doble moral encargado de impedir la materialización de la plataforma ideológica que confeccionamos en la Constituyente Roja del año dos mil, crisis del liberalismo que cuenta además con el concierto de todas y todos los congresistas de la colectividad cachiporra, su silencio es una evidencia de ello.
Enrique fue el primero que se percató de la adulteración de los estatutos por parte de Horacio Serpa, con su concurso instauré la acción ante el Tribunal de Garantías del Partido que está por resolverse, así como la denuncia penal contra el veterano Senador que cursa en la Corte Suprema por la defraudación a la histórica sentencia del Consejo de Estado, que condenó a las directivas del liberalismo por violación del derecho colectivo a la moralidad administrativa en la contra-reforma estatutaria que materializó Rafael Pardo bajo la orientación de Cesar Gaviria, personajes sin credibilidad ante la opinión pública y en buena parte artífices también de la derrota política del plebiscito sobre los Acuerdos de La Habana.
Con Enrique tuve la camaradería para mantener vigente estas luchas, para dialogar con franqueza sobre la crisis colombiana, no sentíamos la diferencia de edad. También estuvimos juntos en la causa política de Piedad Córdoba. Infortunadamente dejo de suspirar y sonreír el pasado treinta y uno de octubre, dejando el testimonio de su convicción y de su lucha la cual no podré declinar, en medio de profunda tristeza por su partida, recordando la canción que dice “Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río”. Buen viento y buena mar, mi querido Enrique.
Armando Palau Aldana
Cali, dos de noviembre de dos mil dieciséis.
