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José Vicente Rangel y Hugo Chávez Frías

*Editorial del programa en Televen “José Vicente hoy”: 06-03-2016.

Lo conocí en 1973, en el Teatro de la Academia Militar, cuando con Anita visitábamos a nuestro hijo, para la fecha cadete de primer año, cuyo jefe de pelotón era el brigadier de tercer año Hugo Chávez Frías, quien solía acercarse a nosotros para conversar y hacer preguntas sobre la situación del país. Cuando Pepe fue expulsado de la academia porque, supuestamente, era un golpista en potencia. Luego le perdí el rastro y volví a saber de él en la madrugada del 4 de febrero de 1992. El cineasta Carlos Azpúrua me llamó por teléfono a casa para decirme que había una plomazón en los alrededores de la Casona. Por la tarde vi su imagen en la televisión, ya cautivo, dirigiéndose al país con un lacónico e impactante mensaje de rendición en el que asumía su responsabilidad en el levantamiento de la joven oficialidad del ejército.

Estando en prisión, en la Cárcel de Yare, lo entrevisté dos veces rompiendo con las medidas de seguridad. Los programas fueron censurados y el gobierno abrió una averiguación por ante la justicia militar. En esas entrevistas definió su proyecto como patriótico y revolucionario, inspirado en el ideario de Simón Bolívar, y anunció su decisión de continuar la lucha. Una vez que estuviera en libertad. Un periodista le preguntó en el Paseo Los Próceres, en medio de la multitud para dónde se dirigía ahora, y de manera terminante respondió: ¡A tomar el poder!

Mi relación con él fue siempre cordial, me hizo la distinción de designarme Canciller de la República, Ministro de Defensa y Vicepresidente Ejecutivo. Diferimos y coincidimos muchas veces, nuestra amistad se fundamentó en una lealtad plena que resumía la crítica y la autocrítica. Ese era Hugo Chávez, mi amigo, de cuya muerte se cumplieron ayer tres años. Poseía una pasmosa intuición política, un coraje ilimitado, una inmensa voluntad de trabajo y era una combinación insuperable de idealismo y pragmatismo. Estuve muy cerca de él en situaciones extremadamente difíciles que supo resolver con audacia temeraria y calculado sentido de la realidad.

Su capacidad para comunicarse no tiene precedentes en Venezuela, su palabra se alimentaba de lecturas y vivencias populares, sabía como llegarle al pueblo con la verdad por delante y la transparencia de sus planteamientos. Su identificación con el común no tenía parangón. Lo entrevisté para la televisión, a lo largo de 20 años, en 17 oportunidades, en momentos de muchas tensiones, y en esos diálogos destaca la coherencia de su pensamiento, la continuidad de su accionar político y la lealtad a los principios. En una de esas entrevistas, en los jardines de Miraflores, con el Cuartel de la Montaña al fondo, donde estuvo su puesto de mando el 4 de febrero y ahora descansan su restos –rodeados por el fervor popular–, me dijo: “Todas las mañanas tomo el primer café del día y reflexiono mirando al Cuartel de la Montaña”. Y luego agregó: “Uno siempre debe tener una referencia constante en la que se den cita pasado y presente para saber si es consecuente con lo que le ofrece al pueblo”.

Su imagen crece todos los días, no como culto sino como sincera devoción por alguien que hizo mucho bien y se entregó sin descanso a la tarea de redimir a un pueblo. Pasa el tiempo y él sigue viviendo en el corazón de millones de compatriotas. No es mito: es una corriente vital que emana de lo profundo de la nación. Chávez es multitud; es presencia activa, cotidiana, y no simple recuerdo. Los carroñeros de la política que se esforzaron en vida por destruirlo, persisten en su empeño y tratan, inútilmente, de acabar con su memoria. A tres años de su partida está más presente y activo que nunca. Siempre Chávez.

Fuente: Sincuento.com 06-03-2016


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