Columna El Espejo
José Vicente Rangel
2.- No es del todo cierto este juicio, pero es evidente que en el ordenamiento jurídico vigente hay vacíos a la hora de asumir la defensa de la Constitución y la democracia, en especial cuando se enfrenta la amenaza de una conspiración atípica, dada la abundancia de recursos que posee, al apoyo de una potencia inescrupulosa como los EEUU, de una oposición que desprecia el Estado de derecho, y de empresarios resistentes a cualquier cambio. Entonces, ¿qué ocurre? Que lo pautado en la Constitución se incumple. Que se la viola en su nombre. Como es el caso del derecho a manifestar. Por supuesto que se trata de un derecho político fundamental. De un derecho humano. Como tal lo consagra la Constitución en el artículo 68 cuando dice que “los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establezca la ley”. Si usted manifiesta pacíficamente, no hay problema; pero si lo hace violentamente, sí lo hay. Ya que su derecho a manifestar no puede vulnerar el derecho del resto de los ciudadanos a no ser perturbados en su actividad diaria y a que sus vidas y propiedades estén expuestas a la violencia. En otras palabras, que mi derecho individual a manifestar no puede socavar el derecho colectivo que, en este caso, es garantía de seguridad para la comunidad. El derecho a manifestar no es absoluto. Lo limitan la propia Constitución y leyes de la República. Es un derecho susceptible de regulación, sin que ello implique que sea cercenado.
3.- Más preguntas: ¿Hubo alguna vez en Venezuela un desbordamiento de la violencia política con las características de las ocurridas a partir del 12 de febrero? ¿Son los guarimberos manifestantes pacíficos, respaldados por la Constitución cuando impiden el libre tránsito por calles y autopistas, montan trampas para asesinar motorizados, incendian sedes universitarias y asaltan propiedades públicas? Si el gobierno no hubiera actuado como lo hizo, en algunos casos con tardanza y extrema prudencia, porque no es represor como sostiene la oposición -que lo fue cuando ejerció el gobierno en la IV República-, se habría cumplido el objetivo golpista de derrocar al presidente Maduro, de caotizar el país y provocar una intervención extranjera. De ahí la importancia de debatir el tema. Y voy más allá: de pensar en una enmienda de la Carta Magna -o una ley especial- sobre el tema de la defensa del Estado democrático, establecer disposiciones que preserven y desarrollen su capacidad para actuar ante una subversión como la que el país padece, y ante los preparativos de una nueva ofensiva. O asumimos el desafío con la firme determinación de derrotar al poderoso enemigo o arriesgamos el futuro nacional.
Laberinto
Hoy existe una realidad que los venezolanos tenemos que afrontar. El país está invadido por una variada gama de delitos y de delincuentes. La vecindad con Colombia facilita el trasvase de la carga delictiva que este país acumula -variadas formas y expresiones- a Venezuela. El paramilitarismo, el narcotráfico y otras manifestaciones delictivas generadas por la violencia -como el sicariato-, ya tienen presencia activa en nuestro territorio y contaminan el ambiente. Sus prácticas despreciables se dan a diario. Los falsos positivos, creación de ese contubernio inmoral entre Estado colombiano, delincuencia paramilitar y narcotráfico, tiene incidencia directa entre nosotros. En el fondo, consiste en disfrazar el delito atribuyendo la autoría a quien no es responsable para exonerar a quien sí lo es…
Tengo acceso a mucha información sobre el terrorismo selectivo que los planificadores del “golpe continuado” tienen previsto aplicar en Venezuela. ¿Finalidad? Generar reacciones y provocar la matanza entre venezolanos para caotizar el país. No solo está Uribe detrás: hay otros, tanto fuera como dentro. Con las manos metidas hasta los codos en esa modalidad de terrorismo que lleva tiempo funcionando en el país sin que hayamos tomado conciencia de su gravedad. Mientras, el delito avanza y permea la sociedad y las instituciones.
