JOSE LUIS ROPERO DE LA HOZ
Karl Marx explica que las relaciones de producción se establecen en el proceso de formación, intercambio y distribución de los bienes materiales, a partir de ahí se desarrolla el carácter de todas las demás relaciones sociales.
El sistema capitalista puso sobre la arena una relación fundamental, aquella que surge entre el propietario de los instrumentos de producción y el trabajador; esta novedad social reemplazó al antiguo régimen, marcando un progreso frente a la explotación sufrida por el siervo o campesino, en manos de su señor.
En el feudalismo, los principales medios de producción eran la tierra y el siervo, este carecía de derechos políticos y se hallaba en tal grado de empadronamiento, que le era vedado emigrar a otras regiones, comerciar fuera de su asentamiento o desarrollar cualquier tipo de iniciativa económica.
Es en este contexto donde surgen las primeras ideas liberales, tendientes a desarrollar el comercio y la comunicación, así como fomentar la diversificación económica, según los avances de la ciencia y la técnica, al menos dentro de un espacio nacional. Los cambios políticos de los siglos XVII al XIX, serían fruto de esta nueva cosmovisión.
Hoy, en el rigor del capital, se evidencia un sistema incapaz de crecer cualitativamente dentro de sus propias reglas, a pesar de su opulencia y sus cada día mayores excedentes de producción; el debate político en sus diferentes escenarios, plantea conceptos, necesidades y ambiciones, que buscan dar salida o continuación a esta dinámica.
Para la derecha, los fundamentos económicos del sistema no pueden ser discutidos, es decir, la plusvalía y la propiedad privada sobre los instrumentos de producción adquieren el rango de derecho natural; estas premisas, que encierran el núcleo de la explotación capitalista, se consideran justas bajo la misma óptica que justificó la servidumbre y la esclavitud.
La diferencia entre los partidos que defienden esta tesis es de carácter enteramente formal, pues cuando las fuerzas progresistas toman posiciones importantes, o las crisis de superproducción generan descontento social, no tardan en seguir programas de “Unidad Nacional”, de “Frente Nacional” u otros más severos, donde el poder se enroca.
Vertiente imperante dentro de la cosmovisión derechista, es el llamado “neoliberalismo”, según la cual el Estado, considerado un gran dilapidador de recursos, debe desligarse de la intervención económica, es decir, renunciar al desarrollo de industrias y servicios públicos, dejando este rol en manos de la iniciativa particular: los monopolios.
Si en las sociedades más desarrolladas el neoliberalismo ha menguado sensiblemente la propiedad social, a nivel de los Estados satélite sus efectos han sido devastadores, debido a la entrega de los recursos naturales, públicos y privados, en manos del extranjero. El neoliberalismo se convierte así, para los países subdesarrollados, en una nueva forma de colonización; pero esta no ha sido la estrategia más dura de la clase dominante, para mantener el control de su sistema.
El fascismo, surgido en Europa como reacción al avance de las fuerzas progresistas y al histórico hecho de que la clase obrera tomara el poder en Rusia (1917), tuvo auge gracias al financiamiento otorgado por los grandes capitales del sector bancario e industrial, incapaces de mantener el poder por la vía institucional. En la práctica, esta idea política se desenvolvió como una dictadura totalitaria y racista, fundada en el principio de la “acción directa” o exterminio de la oposición.
Italia (1922), Japón (1926) y Alemania (1933) fueron las primeras naciones donde se instauró esta ideología que habría de fenecer, derrotada en la guerra que ella misma inició.
En América, el fascismo ha sido el medio predilecto para derrocar gobiernos legítimamente elegidos, que han emprendido reformas encaminadas a la construcción de naciones soberanas y en Colombia, para reprimir a los obreros agremiados, dirigentes patriotas y campesinos, convirtiéndose en la causa principal del desplazamiento forzado y de los crímenes políticos.
Varias son las razones por las cuales se puede establecer que las fuerzas progresistas de la sociedad se encuentran a la izquierda del espectro político. Están compuestas principalmente por obreros, campesinos, intelectuales y estudiantes, su financiación depende principalmente de los propios militantes y definitivamente, los monopolios observan con recelo sus exigencias, las cuales siempre tienen un carácter a favor del común.
La mayor parte de los partidos y agremiaciones izquierdistas no plantean programas de gobierno socialistas o comunistas, proponen generalmente un programa democrático, basado en la soberanía popular y con el objetivo de que la plusvalía generada por el trabajador sea distribuida de un modo más justo al conjunto de la sociedad.
Es así como la protección de la producción nacional, la defensa de la propiedad pública, regímenes pensionales y tributarios de carácter progresivo y, mayores garantías para el ejercicio de la política, son propuestas que se escuchan de manera más frecuente, en las voces de los indignados, que en las decisiones del poder establecido.
Aunque también exista el centro y el denominado sector de “apolíticos”, la práctica indica que estas categorías engloban en el primer caso, a grupos que se adhieren a las tesis predominantes y en el segundo, a ciudadanos que apoyan tácitamente el sistema actual, si algo cambiara a lo mejor se opondrían.
El socialismo será un escalón superior en el ascenso de la civilización, un sistema en el cual la humanidad pueda disponer los enormes recursos que ofrece la naturaleza, para el progreso integral de la especie, devendrá en mayores beneficios que los ofrecidos por la especulación financiera. Sitúate a la izquierda, esta es la vía.
