Oleg Yasinsky*

Antes de esta reciente ‘Cumbre sobre la paz en Ucrania’ que se llevó a cabo en Suiza, yo no sabía que las firmas se podían retirar una vez se firmaba un acuerdo o una declaración, etc. Ahora nos enteramos de que cada día aparecen más países que anularon sus firmas después de firmarse el documento final de esa cumbre. Los primeros fueron Irak y Jordania, luego Ruanda siguió sus pasos. ¿Quién más? Aunque la declaración final, redactada inicialmente por los finos literatos de la OTAN, al final de todo resultó ser bastante más suave de lo que imaginábamos nosotros, los malpensados de siempre.

Se sabe que a la conferencia fueron invitados cerca de 160 países, asistieron 92 delegaciones y, de estas, la declaración final fue apoyada solo por 76, considerando que tres de ellas se arrepintieron después de haber firmado. El nombre del evento, presentado al mundo como ‘una cumbre’ fue algo presuntuoso y exagerado, pues se le llama «cumbre» a un encuentro de presidentes, y muchas de esas delegaciones no estaban representadas por jefes de Estado, y mucho menos era «sobre la paz», pues en realidad fue sobre la guerra contra Rusia. 

Además hubo otro tema delicado, que incomodó a las élites políticas suizas: «…Kiev dicta la política exterior suiza. No es el Gobierno suizo, sino el jefe de un Estado beligerante quien da instrucciones a nuestro Consejo Federal sobre quién puede asistir a la conferencia de paz organizada por Suiza y quién no», escribió el 13 de junio el periodista suizo Roger Köppel en la revista Die Weltwoche. «Todos aquellos que tenían dudas en todo el mundo sobre la neutralidad suiza y la independencia de nuestro país ahora pueden verse confirmados de manera muy oficial.»

Kenia tacha de "ilegal" la confiscación de activos rusos durante la cumbre sobre Ucrania

Kenia tacha de «ilegal» la confiscación de activos rusos durante la cumbre sobre Ucrania

Varias decisiones sobre la asistencia, al menos en el segmento latinoamericano, se tomaron de forma algo improvisada y en el último momento. Así fue que viajó Javier Milei, quien no iba a asistir, y no viajó Gustavo Petro, que sí pensaba ir. Petro, pocas horas antes del inicio del evento y a punto de despegar desde Suecia a Suiza, llamó las cosas por su nombre y retornó a Bogotá.

Milei, al revés, ha entrado en razón, se acordó de que es de ultraderecha anticomunista y antirrusa proestadounidense y cumplió con su deber ideológico yendo a la conferencia. Debo admitir que esta noticia me dejó más tranquilo. Sé que varios le habrían echado de menos en un evento tan inútil y tan absurdo como ese.

La tragedia ucraniana llegó a ser un elemento revelador de la esencia política, donde todos los hipócritas pseudoizquierdistas al servicio de las corporaciones y sus sirvientes descaradamente fascistas, como Milei, siempre aparecen del mismo color. Por mucho que se posicionen como fuerzas irreconciliables y opuestas. Por eso no pudo faltar otro farsante del sur, Gabriel Boric. La masacre ucraniana los une y los inspira, ya que por fin se les hace realidad el principal sueño antisoviético de muchas generaciones de ‘izquierdistas democráticos’ y de los caníbales profesionales que odian sincera y conscientemente al comunismo.

En Suiza, cuyos recuerdos de ‘neutralidad’ son ahora como la nostalgia de una anciana meretriz sobre los lejanos tiempos de su virginidad, todo estuvo muy bien pensado: el dúo de los mejores embaucadores del norte y del sur, Zelenski y Milei, debería conmover hasta el público más inerte. El presidente ucraniano podría tocar su piano preferido, con las teclas blancas hechas de costillas de sus compatriotas, y sus colegas argentinos le cantarían al ritmo de los tangos que ponían a todo volumen sus ídolos políticos en las cárceles secretas de la dictadura militar, para que no se oyeran los gritos de sus víctimas. Y entonces Argentina al fin podría regalarle a Ucrania los aviones militares de transporte C-130 Hercules, desde donde sus militares solían arrojar al océano a los ‘enemigos de la nación’ aún con vida, a los ‘desaparecidos’. Zelenski, con toda la seguridad, les daría en su casa un buen uso.

Los caballeros demócratas presentes solo apartarían habitualmente su mirada y su palabra progresistas, tal como lo hicieron desde el 2014 en Donbass, porque si en algo son realmente profesionales es en esto, en hacerse los de la vista gorda.

Y ninguno de los representantes de esta escoria política internacional, que a costa de los contribuyentes vinieron a pasar el rato en séquitos con paisajes alpinos, a buscar las aromas del edelweiss (la flor favorita de un tal Hitler, alguna vez electo tan democráticamente como el mismísimo Milei), no vomitaron por el hedor de los cadáveres de los lejanos campos ucranianos arados por la muerte, ni de la sangre liberada de las venas de la juventud ucraniana sacrificada, no se convirtió la superficie del lago Fyrwaldstett en un tsunami para borrar del cuerpo aún vivo de Europa ese bello césped festivo (parte del ‘jardín de Borrell’) en el que sus sepultureros se han reunido para hablar de paz.

Urs Flueeler / Keystone / AP

El nombre orwelliano de este acontecimiento, presentado como una ‘conferencia de paz’, explica los verdaderos objetivos de sus organizadores mucho mejor que cualquier propagandista del Kremlin. La irresponsabilidad y la arrogancia de los juegos políticos en los que todos estos personajes estuvieron durante los últimos años les han llevado a un rincón sin salida, donde cualquier solución parece la peor.

Ucrania, con tanta persistencia no recibida formalmente en la OTAN, ha sido ya desde hace tiempo una parte clave de la organización; es usada como su herramienta y para efectos mediáticos baratos. No sé cómo se logra no ver algo tan obvio.

Esta pseudocumbre en un valle alpino no es más que otra cortina de humo para ocultar la impotencia de Occidente ante la crisis creada por él mismo. Afortunadamente, los distintos bandos de un mismo lado, desgarrados por sus mezquinos, cortoplacistas y egoístas intereses electorales, crediticios y mediáticos, ya no son capaces de ponerse de acuerdo en nada, ni siquiera con un evidente objetivo común. ¡Y es ahí donde ahora está la gran oportunidad para la paz!

La reciente pandemia ya ha mostrado toda la capacidad de ‘unidad’ del ‘mundo civilizado’, con cada uno de los países ricos tirando la manta hacia su lado, sin entender la inexistencia de fronteras para los virus, los capitales o los misiles. Lo mismo ocurre con la guerra.

Como un mono con la mano agarrando un puñado de maní en un hoyo de un árbol hueco, incapaz de abrir el puño para sacar la mano… el mono que chilla aterrorizado al ver a los cazadores que le rodean, pero por naturaleza es incapaz de liberarse de su propia codicia y huir, así, las actuales élites neoliberales de Europa son incapaces de desviar su atención de los intereses inmediatistas del poder y empezar a actuar para los intereses de su propia población.

El resultado puede y debe ser el colapso de todas las colonias europeas. Después de eso, habrá inevitablemente una caída en el pasado o un salto por encima del abismo hacia el futuro.

La tragedia ucraniana es un preludio de un nuevo mundo que está por llegar y que dependerá de muchos factores y de cualquier otra cosa, menos de las recientes declaraciones en el Bürgenstock suizo. El estado mental y físico de Biden llegó a ser una buena metáfora de lo que le ofrecen al mundo los vasallos de su imperio.

Y respecto a los resultados concretos de la ‘Cumbre sobre la paz en Ucrania’, solo podemos felicitar a los empresarios hoteleros, gastronómicos y turísticos de Bürgenstock, quienes seguramente no desaprovecharon su gran oportunidad.

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*Oleg Yasinskyperiodista ucraniano chileno, colaborador de los medios independientes latinoamericanos como Pressenza.com, Desinformemonos.org y otros, investigador de los movimientos indígenas y sociales en America Latina, productor de documentales políticos en Colombia, Bolivia, Mexico y Chile, autor de varias publicaciones y traductor de textos de Eduardo Galeano, Luis Sepúlveda, José Saramago, subcomandante Marcos y otros al ruso.

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