Por: Eligio Damas | Jueves, 23/05/2024

Nota: Para qué sirva de referencia al lector, en esta serie de artículos sobre la historia de Venezuela y particularmente acerca de la Carta de Jamaica, dado que hacemos referencia al proyecto estadounidense del ALCA, pondremos el siguiente texto acerca de lo que este proyecto significa a manera de recordatorio:

A pesar de la palabrería neoliberal que lo presenta como un virtuoso esquema de integración comercial, el ALCA es mucho más que eso. Es la culminación de un secular proyecto de dominación continental, la realización práctica de las ideas forjadas en 1823 (¡un año antes de la batalla de Ayacucho, que puso fin al proceso emancipador en Sudamérica!) por quien fuera el quinto Presidente de EE UU, James Monroe, y sintetizadas en la doctrina que lleva su nombre. El ALCA es el postrero triunfo del monroísmo, disimulado bajo los mantos engañosos de una simple integración comercial.

El exsecretario de Estado del «gobierno norteamericano, Colin Powell, decía que: «nuestro objetivo es garantizar para las empresas norteamericanas el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre acceso sin ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales a un mercado único de más de 800 millones de personas, con una renta total superior a los 11 billones de dólares». Atilio Borón

El ALCA: más allá de la economía Un ensayo

Día 6 de septiembre de 1815, en Kingston, Jamaica, Bolívar responde una misiva de Henry Cullen, comerciante de origen inglés residenciado en la isla. Se le ha preguntado acerca de la visión que tiene sobre nuestra América, su destino y sobre otras cosas más, como su proyecto político. Bolívar responde con el brillo intelectual y fundamentalmente con la amplitud de miras que tiene sobre la América nuestra, acerca de lo que acontece y en buena parte lo que ha acontecido en el continente todo y en el mundo. Pero hay algo trascendente, vislumbra lo que pudiera suceder en función de las tendencias de los bloques económicos y lo que en América hispana debiera suceder para no quedar atrapada y mantenida en lo que la España la convirtió:

«Bajo el orden español, los americanos no ocupan otro
lugar que el de siervos para el trabajo, y cuando más
el de simples consumidores».

Lo hace con la mente abierta de hombre quien, como dijo una vez Rafael Correa, el expresidente ecuatoriano, «pensaba en siglos y miraba en continentes». Por esto mismo expuso:

«Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria».

Es la opinión, si se quiere todavía temprana, lejos estamos de la batalla de Carabobo, un poco aún de la reunión del Congreso de Angostura y del inicio de la hazaña que le llevará al sur a constituir la Gran Colombia, del hombre que, como dijera el historiador cubano Francisco Pividal, caminó sobre el planeta, «cinco veces más que Alejandro, Aníbal y Napoleón, juntos», pero agregamos nosotros, no para constituir imperios o gobiernos personales, sino crear repúblicas libres y promover la participación de la gente en el diseño de su destino, procurar que el continente como componente territorial, geográfico, humano, económico y político avanzase de manera armónica y cambiar el destino que según su aguda percepción, estaba previsto para nosotros, si no superábamos el esquema de pequeñas repúblicas dispersas, política y económicamente, mientras al norte se consolidaba un bloque sólido con un proyecto de dominio y control, para el cual jugaríamos el rol de «patio trasero», productor de materias primas.

Era la vuelta de aquello del «Laissez Faire» que los ingleses aplicaron por años a los norteamericanos, aún independientes y que, para el siglo veinte, intentaron aplicarnos con el nombre de ALCA, pero en una fase mucho más elevada y despiadada, sólo que en «Mar del Plata», por la brillante gesta y actuación diplomática de Hugo Chávez y Néstor Kirchner, se le derrotó de manera apabullante.

Pero más todavía, en 1815, si bien es verdad ya había estado en Europa y pudo estar allá mientras Napoleón Bonaparte se hizo coronar emperador, caminando más a través de los libros de historia y los documentos que informaban del pasado y presente del acontecer mundial, que lo que evaluó Pividal, como para haber comprendido la dinámica de aquel tiempo y escrito lo que está en la Carta dirigida a míster Cullen. Pero en su recorrido por Europa estuvo acompañado, para no decir conducido, por quien fuese su maestro en la temprana juventud caraqueña; aquel extraño personaje, humilde educador de escuela primaria quien, en su tiempo, en aquel tiempo de la Venezuela colonial, había alcanzado en el campo de la educación y el manejo de las concepciones más modernas sobre ese campo, un nivel envidiable para cualquier académico, especializado en el área, de Europa u otra parte del mundo. Maestro que llegó a contradecir las teorías pedagógicas tenidas en el viejo continente como lo más moderno y proponer otras más frescas y correspondientes a la realidad de su espacio y tiempo, el mismo que sentenció sabiamente «Inventamos o erramos».

Recorrió Bolívar Europa, en el período posterior a la revolución francesa y pudo observar de cerca las ruinas de esta y escuchar las enseñanzas de aquel sabio maestro, Simón Rodríguez, Carreño o Robinson.

Todavía no ha transcurrido un año de la muerte de Boves en la batalla de Urica y el deterioro que esta significó para las fuerzas patriotas. Quizás por eso, y el haber salido derrotado y precipitadamente del país a reorganizar su pensamiento, pensar cómo recomponer sus maltrechas relaciones con el resto de la vanguardia republicana de Venezuela, con la que se quedó escondida en los morichales, riberas de los ríos y en todo recodo donde se podía evadir la represión del ejército enemigo hasta ese momento triunfante y la que salió junto con él o por otros caminos hacia afuera; no había podido evaluar con la intensidad necesaria la significación del aquel fenómeno casi telúrico que significó José Tomás Boves.

Posiblemente, no había medido en su exacta dimensión las razones por las cuales aquel hombre a quien con frecuencia los historiadores llamaron impropiamente «el asturiano», al margen que haya nacido en aquella región de España, pero que tenía la connotación de extraño, ajeno, fue capaz de arrastrar tras de sí inmensos contingentes de combatientes enardecidos. Los mismos historiadores que aparecieron después de muerto Bolívar, tomaron las consecuencias como causas y explicaron el fenómeno Boves, su «magia» para reclutar enormes contingentes en el odio racial y las propuestas de él fundamentadas en aquel resentimiento y en otros simplismos.

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Hablemos de nuestra historia. De la Carta de Jamaica se pudiera advertir el peligro de regresar el “ALCA(RAJO” (II)

Por: Eligio Damas | Lunes, 03/06/2024

Quien se acerque sin mucho detenimiento al Manifiesto de Cartagena, escrito tres años antes que el documento que ahora estudiamos y el cual tratamos detalladamente en otro trabajo, podrá constatar que al intentar enumerar las causas de la caída de la primera república, la nacida con la constitución de 1811, pese mencionar 12 de ellas, que según él, Bolívar, contribuyeron a aquel fatídico acontecimiento, quizás por razones derivadas de la incomprensión del fenómeno social en su exacta dimensión, prejuiciado por su condición social y la opinión que privaba entre los próceres, no hizo mención a cuatro circunstancias, por lo menos esas cuatro, que también ayudan a explicar bastante bien el fenómeno; ellas fueron, sin que el orden en que se enumeran obedezca a valoración alguna, las relaciones esclavistas de producción, la tenencia de la tierra, la propiedad sobre el ganado orejano o salvaje, otorgados a los mantuanos y grandes propietarios. Por supuesto, la exclusión del campesino libre, blanco, indígena o negro de la propiedad de esos bienes y la exclusión de todos los pobres, colocados por debajo de un límite determinado de ingreso o propiedad cuantificable en signo monetario, del derecho a votar o ser elegido para escoger las autoridades de la república. Lo que es lo mismo, la inmensa mayoría de los venezolanos de entonces, fueron marginados en todo sentido por la república y los republicanos. Siendo estos últimos, en gran medida, los propietarios de tierras y esclavos, manejadores del comercio interno y externo y al mismo tiempo próceres de la república nueva e independencia.

¿Cómo esperar que aquellos campesinos y esclavos saliesen a combatir a favor de la república y los republicanos con el mismo entusiasmo y hasta furor que lo hicieron al lado de Boves? ¿Cómo esperar se pusiesen del lado de quienes de verdad les oprimían? ¿No fue acaso aquella república concebida y estructurada para de ella se sirviesen los mantuanos, los patiquines? Siendo así, entonces serían ellos sólo ellos, quienes debían cuidarla y defenderla. La república aquella le era ajena a los explotados, marginados, pobres, quienes no podían sentir ningún atractivo por aquella. Por eso y otras cosas, apareció el fenómeno Boves.

Es decir, el cuadro que hemos pintado anteriormente, causa profunda del odio racial, clasista y económico, aparece ignorado en el Manifiesto de Cartagena.

Por supuesto, para el año 1814, muerto Boves, se produce un campanazo en las fuerzas independentistas y como dijimos en un viejo trabajo, en aquel momento, las banderas republicanas «van a empezar a pasar de las manos del Marqués del Toro a la del centauro llanero, de los gloriosos hasta entonces guerrilleros de los morichales, orillas de los ríos, de la costa y las montañas y también de la negritud y campesinado ansiosos de justicia, que creyeron estar representados hasta entonces en la figura del «asturiano».

Pedro Camejo, el Negro Primero, dejará de ser de los tantos hombres que siguieron a Boves buscando justicia y libertad, dentro de un confuso proyecto vengativo y arbitrario, pródigo en ultrajes y humillaciones, para formar parte, como figura descollante entre los invencibles llaneros que acompañaron a José Antonio Páez y con éste llegarán a Carabobo llenos de gloria.»

Pero en 1815, en la Carta de Jamaica, Bolívar muestra haber tomado conciencia ante aquella rotunda realidad; por supuesto, vista con los ojos del analista de hoy. En ella, cuando habla acerca de cómo debe ser el gobierno de Venezuela clama por la «proscripción de la esclavitud».

Un año después, el dos de junio de 1816, promulgará en los alrededores de Carúpano y Río Caribe aquel decreto en el cual se dijo «considerando que la justicia, la política y la patria reclaman imperiosamente los derechos imprescindibles de la naturaleza, he venido en decretar la libertad absoluta de los esclavos…..» Para agregar luego «Todo hombre robusto, desde la edad de 14 años hasta los sesenta, se presentará … a alistarse».

Hay en ese documento, la Carta de Jamaica, avances trascendentes con respecto al anterior, al de Nueva Granada de 1812 y una demostración como dijimos arriba de haber comprendido cómo se movían los intereses en este continente, los nacionales, de bloques, de los componentes sociales y los factores que podrían conducir a la unidad, a un concepto de ella más amplio y las bases que sustentarían esa necesidad continental.

Llegado aquí, queremos significar la grandeza de Bolívar, el valor que para esta América Mestiza nuestra tuvo el genial caraqueño, por el cual aún las multitudes, en nuestro espacio y en cualquier rincón del mundo donde existe un inconforme y ansioso de justicia, clama: «¡Alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina!, y nada mejor que con algunos versos del poema de Pablo Neruda, «Canto a Bolívar:

Padre nuestro
que estás en la tierra
en el agua, en el aire
de toda nuestra extensa
latitud silenciosa»
Tú pequeño cadáver de capitán valiente
ha extendido en lo inmenso su metálica forma,
de pronto salen dedos tuyos entre la nieve
y el austral pescador saca a la luz de pronto
tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes».
«Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Junto a mi mano hay otra y otra junto a ella,
Y otra más, hasta el fondo del continente oscuro.
Yo conocí a Bolívar una mañana larga,
en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento,
padre, le dije, ¿eres o no eres o quién eres?
Y mirando al cuartel de la montaña, dijo.
Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo».

Citamos este poema de Neruda por lo mismo que el Libertador en la Carta de Jamaica hace mención a la deidad mesoamericana Quetzalcóatl, dice Bolívar al respecto:

«Los americanos meridionales tienen una tradición que dice que cuando Quetzalcóatl, el Hermes o Buda de la América del sur, resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos desiguales hubieran pasado, y que él restablecería su gobierno y renovaría su felicidad.»

El anterior texto relativo a la deidad de los pueblos mesoamericanos, área de México y parte de Centroamérica, que Bolívar llamó «pueblos de la América del sur», define también la concepción que el Libertador tiene sobre la organización política y de los bloques, fundado en la historia, cultura, tradición e intereses; lo que le lleva a hacer el siguiente comentario:

«¿Esta tradición no opera y excita una convicción que muy pronto debe volver? ¿Concibe Ud. Cuál será el efecto que producirá si un individuo, apareciendo entre ellos, demostrase los caracteres de Quetzalcóatl, el Buda del bosque…?

Es como si adelantando el tiempo, saltando sobre los siglos, hubiese leído a Mario Benedetti, aunque en verdad, fue que el gran poeta uruguayo, mesoamericano, austral, se inspiró en Bolívar, como aquellos «quienes se desviven»:

«pero aquí abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe».

Pero de seguidas, el Libertador, sin dejar de lado a la deidad y el gobernante mesoamericano que prometió volver, el político realista y visionario agregó lo siguiente:

«¿No es la unión todo lo que se necesita para ponerlos en estado de expulsar a los españoles, sus tropas y………establecer un gobierno libre y leyes benévolas?».

Quizás Bolívar pensó también en Túpac Katari, el mismo de quienes sus partidarios buscan sus partes para unirles y. vuelva a ellos, a ponerse al frente del combate por la justicia y rescate de su gloria. Sólo que, en el Libertador, aquellas tradicionales creencias toman sentido con el concepto de la unidad americana, como unir las partes de Túpac Katari para que regrese Quetzalcóatl, por lo que formuló en la carta a Míster Cullen la anterior interrogación relativa a la unidad de nuestros pueblos. Él, Bolívar, con su proyecto de unidad aspira «ponerlos en estado de expulsar a los españoles» y sus tropas.

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Hablemos de nuestra historia. De la Carta de Jamaica se pudiera advertir el peligro de regresar el ALCA (III)

Por: Eligio Damas | Sábado, 08/06/2024

Pero a esta altura, se hace necesario llamar la atención, como para Bolívar, nuestra América del Sur comienza en el mismo espacio que los españoles conquistaron y colonizaron a partir de la llegada de Hernán Cortés. Es lo que el en otras oportunidades llamará la América «antes española».

Para él no hay marcha atrás porque:

«Más grande es el odio que nos ha inspirado la península que el mar que nos separa de ella, menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países.»

Y luego, sobre lo mismo agrega:

«Más vasto es nuestro odio que el océano que la separa de nosotros, y menos difícil es juntar los dos océanos que conciliar a las dos naciones».

Como para fundamentar eso que él ha llamado «odio» hace mención a la siguiente información:

«A Venezuela se le atribuía casi un millón de habitantes, y con toda verdad puede afirmarse que una cuarta parte ha sido sacrificada por los terremotos, por la guerra, el hambre, la peste y las migraciones, estas causas con excepción de la primera, son todas efectos de la guerra».

Pero su denuncia va más allá de los límites de Venezuela, Bolívar no tiene concepto y vocación provincial, piensa en la América «antes española toda». Por esto dice en ese documento:

«Este panorama abarca una escena militar de dos mil leguas de longitud y en su mayor ancho, de 900 leguas de extensión, en la cual, defendiendo sus derechos o doblegándose bajo la opresión de la nación española, se encuentran 16 millones de americanos».

Pero ante ese «panorama» al parecer nada espera de las entonces grandes potencias; por lo que ha observado se pregunta:

«¿Está Europa sorda al llamado de su propio interés?¿Está ciega, que no puede discernir la justicia?

Luego agrega:

«¡Cuán decepcionados hemos quedado! Porque no sólo los europeos, sino nuestros hermanos los norteamericanos, han sido espectadores indiferentes de esta gran contienda que por la fuerza de sus motivos y los grandes resultados que persigue, es la más importante…..»

Por esta afirmación del Libertador, o queja con respecto a la actitud indiferente de los Estados Unidos, es bueno leer la siguiente relación en materia de reclamos por parte de nuestros libertadores para se nos prestase apoyo, por lo menos reconocimiento y se estableciese con la nación venezolana las elementales relaciones diplomáticas:

Cuando Miranda se entrevistó en 1805 con Thomas Jefferson, presidente del país del norte y James Mason, Secretario de Estado, en solicitud de ayuda nada obtuvo. Le alegaron las buenas relaciones entre ellos y España y la vigencia de un decreto que prohibía a los particulares la exportación de armas.

Desde 1810, los nacientes gobiernos independientes de América hispana aspiraron establecer relaciones comerciales con los norteamericanos. La respuesta a ese deseo la dio bien pronto el Congreso norteño, en el sentido que sólo establecerían vínculos con ellos, cuando hubiesen alcanzado el rango de Estados soberanos e independientes. Esto implicaba que tal calificación la harían los propios Estados Unidos, según su conveniencia y en vista sus buenas relaciones con España.

Mientras tanto, los americanos del norte se mantendrían neutrales y en sana y provechosa paz con la nación ibérica.

El presidente Monroe en 1817, después de la «Carta de Jamaica», juzgó el conflicto de América meridional como una «guerra civil, no de independencia» entre, como afirmara él mismo, «bandos o partidos que son mirados sin preferencia por los poderes neutrales».

De remate podemos agregar que una disposición de 1818, prohibía a los suramericanos cualquier acción, dentro del territorio norteamericano, dirigida a ayudar las guerras de independencia.

La relación es larga e incluye la invasión de la isla Amelia y el envío de embarcaciones yanquis con provisiones y armas para el ejército español, pese haberse declarado el gobierno de Estados Unidos neutral.

En carta del 29 de julio de 1818, dirigida al agente diplomático norteamericano J.B. Irvine, en uno de los tantos enfrentamientos con las autoridades de aquel país, Bolívar acusó a los yanquis de intentar romper el bloqueo que la naciente república impuso contra España y les dijo, «para dar armas a unos verdugos».

En 1819 se reunió el Congreso de Angostura y se decretó la República, Estados Unidos se negó a reconocer nuestro gobierno.

En 1820, cuando el propio gobierno español, a través del Armisticio y Tratado de regularización de la Guerra, reconoció nuestras fuerzas, el gobierno norteamericano continuó desconociendo nuestro gobierno.

Todavía se negaron a hacerlo para 1821, cuando se libró la batalla de Carabobo y se instaló el Congreso de Cúcuta.

Tardíamente, cuando ya Bolívar ha consolidado su poder y se dispone a seguir su lucha liberadora en el sur, el gobierno norteño decidió reconocer a la Gran Colombia.

Es decir, la historia, los hechos, confirmarían aquella duda, sospecha, envuelta en aquella queja dolorosa de Bolívar en la Carta de Jamaica.

Dedica suficiente tiempo El Libertador a exponer sus ideas acerca del sistema de gobierno que pudiera nacer entre los pueblos americanos. No obstante se muestra discreto y comedido acerca de lo que pudiera suceder:

«Es lo más difícil vaticinar cuál será la suerte del Nuevo Mundo, establecer algunos principios sobre su constitución política, y predecir la naturaleza o clase de gobierno que finalmente adoptará. Cualquier conjetura relativa al porvenir de esta nación me parece arriesgada y aventurada. Durante sus períodos iniciales, cuando la humanidad se hallaba obnubilada por la incertidumbre, la ignorancia y el error ¿podría acaso haberse previsto qué asumiría para su preservación?¿Quién habría osado afirmar que tal nación será república, aquella monarquía, esa pequeña, la otra grande?

En este texto Bolívar desautoriza a quienes suelen calificarle de profeta, cuando oteando en el porvenir fundamentado en su experiencia, conocimiento de la historia, las costumbres sociales y las tendencias de la economía y política, formula alternativas o hace pronósticos acerca de lo que habrá de sobrevenir.

Le parece para el momento «difícil» predecir «qué será del Nuevo Mundo», lo que no quiere decir que esté desarmado frente aquellas circunstancias y desasistido de ideas acerca de lo que debería hacerse y carente de razones en qué fundamentarse.

Porque está claro y definido que:

«Formamos, por así decirlo, un pequeño género humano. Poseemos un mundo aparte, cercado por diversos mares, extraños a casi todas las artes y las ciencias, aunque ya experimentados en los hábitos comunes de todas las sociedades civilizadas».

Algo de todo aquello, de los «hábitos comunes de todas las sociedades civilizadas», habrá de nacer entre nosotros, tomando en cuenta que tenemos nuestras propias peculiaridades.

Justamente, por estar lo suficientemente informado y dotado de conocimientos e ideas acerca de cómo debe organizarse el Nuevo Mundo, tomando en cuenta de los rasgos de sus antiguas relaciones con España, lo que esta continúa aspirando acerca de nosotros y las conocidas formas y exigencias del desarrollo de nuestro vecino del norte, Bolívar en esta Carta amplía su viejo concepto, ya vislumbrado en «El Manifiesto de Cartagena», acerca de la forma de gobierno que a su parecer debería estructurarse para nosotros y sobre todo en la relativo a la unión del continente formado por las «antes colonias españolas».

Piensa que los Estados americanos:

«Han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la guerra. La Metrópoli, por ejemplo sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco, sin lo cual no hay metrópoli».

Esta opinión pareciera fundir la idea de crear naciones, por lo que habla de «los Estados americanos», atendiendo quizás al origen de su nacimiento y lo determinado por la larga imposición hispana, pero introduce su visión acerca de la unidad continental, de bloque. Por eso habla de México como «Metrópoli», por supuesto de todas esas naciones.

Pero también descarta reinados e imperios y por distintas razones piensa:

«que los americanos ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se conforman con las miras de Europa».

Por algo ha dicho «deseo más que otro alguno ver formar a la América la más grande nación del mundo».

Pero además, en esta Carta de Jamaica de 1815, vuelve a mostrarse contrario al sistema federal, por considerarle débil, muy complicado y propio de sociedades más avanzadas que las nuestras.

Ya en «El Manifiesto de Cartagena», del 15-12-1812, le señala como una de las causas fundamentales de la caída de la primera república, tanto como para decir:

«Pero lo que debilitó más al gobierno de Venezuela fue la forma federal de gobierno que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo, rompe los pactos sociales y constituye a las naciones en anarquía. Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquellas, y la teoría de que todos los hombres y todos pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode».

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Hablemos de nuestra historia. De la Carta de Jamaica se pudiera advertir el peligro de regresar el ALCA (IV

Por: Eligio Damas | Miércoles, 12/06/2024

Observe el lector, cuando Bolívar, habló en la Carta de Jamaica, del sistema federal le calificó como «el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad», es decir no lo descartó, sólo que lo creyó, con fundamento, «el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados». Es un juicio determinado por las circunstancias de su tiempo en el espacio venezolano.

Por eso agregó, «Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquellas, y la teoría de que todos los hombres y todos pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode».

¿A qué hacía alusión con este juicio?

Esto es fundamental para entender muchas cosas, hasta eso que suelen llamar trivialmente, «las rivalidades entre Bolívar y los jefes orientales» y hasta no sólo aquello del llamado irónicamente «Congresillo de Cariaco» por una historiografía predispuesta, sino hasta el fusilamiento de Piar. Una historiografía, como dijo Bernardo Tavera Acosta, que mientras llama «Campaña Admirable», la gesta de El Libertador de 1813, la de los orientales de unos meses antes, que les lleva al control firme y seguro de la mitad del país, le aplicó el simple, poco generoso y nada resaltante nombre de «Invasión de Chacachacare».

Cuando se creó la Capitanía General de Venezuela, más de 200 años después de haberse iniciado la conquista y colonización, las nacientes provincias se mantuvieron independientes unas de otras. Tanto que mientras la Provincia de Caracas dependía del Virreinato de Santa Fe de Bogotá, Cumaná de Santo Domingo. Entre ellas no había relación de ninguna naturaleza, salvo el colonialismo español, pues ni siquiera podían comerciar unas con otras. Y por eso mismo, las iniciales declaraciones de independencia, se dieron por separado y con sus propias características. Mientras el Cabildo de Caracas, el 19 de abril se mantuvo fiel a Fernando VII, Cumaná y Barcelona, días después se declararon independientes de toda relación con España. Esto explica en buena medida, entre otras manifestaciones, por qué los jefes orientales por algún tiempo, hasta después de 1817, se resistían a reconocer a Bolívar como su líder. Y es absolutamente desacertado e infantil, calificarles de traidores y con otros epítetos igualmente ofensivos. Hay documentos del propio Bolívar, donde al referirse a los ejércitos orientales, usa la expresión «esos países o naciones». Y hasta el asunto relacionado con Piar, está impregnado de esa «rivalidad» derivada del antiguo orden establecido por el colonialismo español en la Capitanía General de Venezuela.

Como hemos dicho, en la «Carta de Jamaica», reitera su oposición al régimen federal y dice en ella, pero con muchos elogios y reconocimientos al mismo:

«No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros».

Queremos detenernos en este asunto porque tiene mucho que ver con la realidad venezolana de entonces y hasta con la de ahora mismo, cuando el Libertador pone énfasis en aquello que el sistema federal exige «virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros», razón por la cual se opuso a él en el «Manifiesto de Cartagena» de 1812 y en la «Carta de Jamaica», de 1815.

Cuando el Libertador está Kingston, 1815, aún no ha podido alcanzar la necesaria unidad del movimiento patriota y republicano. Importantes próceres de distintas partes del país, como los de la región oriental, todavía no aceptan su jefatura y menos sus proyectos, ni siquiera su estrategia de Guerra, como mencionaremos más adelante, cuando en 1817 se entrevista con el General Manuel Piar.

Cuando la provincia de Caracas, el 19 de abril de 1810 se declara independiente, días después, no como consecuencia de lo acontece aquí, sino por lo que sucede en España y por el rompimiento de las relaciones comerciales entre esas provincias y la Metrópoli, por ejemplo, Cumaná, Barcelona y Margarita hacen lo mismo. Estas hasta redactan sus constituciones y se declaran «repúblicas independientes y para siempre libres».

Cumaná era entonces un puerto de enorme fluidez e importancia. Según cifras que manejamos y mencionamos en otro trabajo relativo a los hechos del primer semestre de 1810, lo era en muy buena medida. La Cumaná colonial era una economía de puerto; para medir su importancia, bastaría hacer una sencilla comparación del valor de las mercancías que salieron de este puerto a Cádiz y Barcelona de España, entre los años 1793 a 1796, con el valor de las mercancías que salieron por el puerto de Maracaibo hacia Cádiz y la Coruña en el mismo lapso. Mientas Cumaná envió un total de dieciocho millones ochocientos cuarenta y cinco mil trescientos reales de vellón *, Maracaibo exportó diecisiete millones quinientos mil novecientos sesenta y cinco reales de vellón. Era Cumaná pues un centro neurálgico y también un punto de entrada y salida de ideas buenas y malas, de noticias y chismes.

Esta provincia recibía de manera constante y dinámica información de lo que sucedía en España, aún por encima de la censura impuesta por esta a sus colonias, por el estrecho y voluminoso vínculo con Trinidad. Inglaterra, o mejor la prensa inglesa, desde aquella isla, informaba en abundancia lo que acontecía en Europa y en Cumaná se sabía, por los mecanismos del contrabando de mercancías y noticias, mucho de lo que en las otras provincias se ignoraba. No fue cosa de azar que a la ciudad del Manzanares le tocase desempeñar aquel importante rol en la guerra de independencia. Como tampoco el de Ciudad Bolívar y Maturín.

Largos años de existencia colonial llevaban las provincias orientales y la de Caracas sin que entre ellas hubiese relaciones significativas; el sistema colonial les impedía hasta comerciar entre sí. El colonialismo las quiso separadas, provincias distantes unas de otras, precisamente para favorecer el sistema de dominación. Mientras Caracas, dependía del Virreinato de Santa Fe de Bogotá, los orientales dependían de la «Española o la Dominica».

Cuando Bolívar decide después de escrito el «Manifiesto de Cartagena», en 1812, pese haber vivido la experiencia de la primera república, bajo ese régimen federal al cual criticó severamente en el mismo y como lo hará luego en la «Carta de Jamaica», lanzarse a aquella colosal hazaña que se ha llamado «Campaña Admirable», iniciada el 14 de mayo de 1813, meses antes, desde Chacachacare, territorio de Trinidad, los patriotas orientales, al mando del general Santiago Mariño, en enero del mismo año, invaden Venezuela y terminan tomando territorio venezolano hasta Maturín.

Sobre este último asunto quiero enfatizar, como antes lo hizo el importante historiador Bartolomé Tavera Acosta, nacido en Carúpano, como la historia elaborada en Caracas, llama con justicia, «Campaña Admirable», la de 1813 de Bolívar viniendo, de Cúcuta; mientras la de los orientales la llama de manera insignificante «Invasión de Chacachacare», restándole valor a esta hazaña que llevó al control de casi media parte del territorio de la antes Capitanía General de Venezuela y creó las bases sustantivas para los acontecimientos posteriores.

Son dos gestas igualmente importantes, y cuando se midan con equidad los resultados, se sabrá el fundamento de lo que estamos diciendo. Por ahora lo que interesa es que los jefes que invaden por un lado u otro, ni siquiera se reconocen estrictamente como compatriotas, pese a haber vivido la experiencia de la primera república. En muchos casos no se conocen personalmente y por supuesto, los cuerpos dirigentes de ambos no admiten la supremacía de un grupo sobre otro. Y eso era lo más natural y lógico, tomando en cuentas las circunstancias en que Venezuela se aparece al mundo como república.

Hay un documento, de años más tarde de aquellos de 1816 ó 17, promulgado como decreto ley por el Libertador, en el cual se establece castigo severo, contra aquellos soldados del bando patriota, quienes por su propia cuenta se pasasen de un batallón a otro, porque en aquel donde estaba comandaba alguien no nacido o formado en su provincia.

Si volvemos a los juicios emitidos por el propio Bolívar acerca del sistema federal, podremos comprender la magnitud de las dificultades y el natural recelo que un sector abrigaba contra el otro. Detrás de ellos, o por encima de sus espaldas, hay una larga historia de políticas y prácticas económicas que mantuvieron separados, viéndose como distantes, a esos hombres de 1813, 1815 y hasta 1817. De esa misma indiferencia estuvieron impregnados sus ascendientes y a éstos sólo les unía la sujeción a la corona española y el creerse falsamente como una prolongación de España en esta parte del mundo. En los tiempos de la guerra federal, cuatro o cinco décadas después, volverán a aparecer esos sentimientos.

*En el siglo xix, el rey José I de España, mandó acuñar durante su reinado dos sistemas monetarios paralelos basados en el real como unidad monetaria, pero con dos valores diferentes: el real español tradicional y el «real de vellón» (nombre de la aleación de cobre y plata en que estaba acuñado), con una equivalencia de dos y medio (2 1⁄2) reales de vellón por cada real tradicional.

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*Eligio Damas. Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.  damas.eligio@gmail.com  @elidamas

FUENTE: https://www.aporrea.org/autores/eligiodamas

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